Una llamada desde Detroit. Al otro lado de la línea, una voz hablando español, con un acento agringado, pedía comunicarse con el señor Trujillo, presidente de la Organización Terpel.

Me dispuse a atender algún negocio de esos que suelen darse cuando uno está inmerso en un ambiente de internacionalización empresarial que, por aquellos tiempos, empezaba acelerarse en el mundo y, Colombia, no era ajeno a ello.

Quien al otros lado de la línea hablaba era el vicepresidente para Latinoamérica de General Motors Corp. Su nombre era Robert Bazzel. La intención de su llamada era hacerme una propuesta de trabajo con General Motors en Colombia, como Gerente General de Motors Trading Corp., la organización de comercio internacional más grande del mundo que, por aquellos tiempos, representaba a GM en sus inversiones de manufactura y ensamblaje, así como en General Motors Acceptance Corp, el brazo financiero de la organización en el mundo, con sede también en Colombia.

La pregunta obligada era: ¿por qué yo? Era evidente que yo no tenía ninguna experiencia en el tema de ensamblaje de vehículos, ni comercialización de autopartes y, como después explicaré, la comercialización internacional de commodities.

Bob, como llamaban sus amigos a Robert, me explicó que todo ello lo entendería cuando pudiéramos conversar en Colombia. Que estaría en el país en tres días.

Yo esperé con mucha ansiedad este encuentro.

Tenia ya un arreglo para trabajar con Carvajal, que me tendía la mano, con ocasión de mi retiro de La Organización Terpel, pero no satisfacía, ni salarial ni profesionalmente, mis expectativas, por lo que, en esta situación, no me sentía cómodo, ante la perspectiva de romper ese arreglo; pero la posibilidad de trabajar en la corporación más grande del mundo, me emocionaba enormemente.

El día de nuestro encuentro con Bob llegó y allí tuve la oportunidad de resolver todas mis dudas.

Se relacionaban con la necesidad de saber cómo me habían contactado, pues yo no conocía nada ni a nadie del sector automotriz. Bob me explicó que, en la junta, para la operación de GM para América Latina había un señor, Wiliam Knor que había sido presidente de Móvil quien me había ofrecido la posibilidad de trabajar como gerente de esa multinacional para Colombia. Cuando se discutió en esa junta la necesidad de buscar un gerente para Colombia, propuso mi nombre.

La pregunta obligada de los miembros de la junta era: quién era ese señor Trujillo que se proponía, pues los miembros, muy conocedores del medio automotriz, no habían oído hablar de ese nombre. William les explicó que yo no sabía nada del tema, pero que lo que necesitaba la organización de GM en Colombia era una persona honesta y de plena confianza que manejara las relaciones con el Gobierno de Colombia y los gremios que aglutinaban la cantidad de proveedores de autopartes y commodities, con los que GM debía de desarrollar alianzas para cumplir las cuotas de exportación que obligaba el acuerdo de ensamblaje que GM tenia con el gobierno colombiano.

Por otra parte, que yo tenia, a pesar de mi juventud, una buena experiencia en gestión organizacional, como líder de empresas importantes en Colombia y el emprendimiento y gestación de una organización como la Organización Terpel. Adicionalmente, GM tenía en Colombia y con su personal de apoyo en el exterior, personas muy idóneas en los temas de la operación de manufactura, financieros, de desarrollo y marketing internacional, por lo que mis fortalezas eran, no solamente suficientes, sino también necesarias para ocupar la posición.

William tuvo oportunidad de comentarle a la junta sobre la oferta de trabajo que me había hecho, pocos días antes, para vincularme a Móvil, y que expliqué en una columna anterior, en la que, por aspectos puramente éticos, que tenían que ver con mi lealtad debida a Terpel, no había aceptado su oferta de vinculación a la gerencia de Móvil. Oferta que era muy lucrativa y daba continuidad ascendente a mi vida profesional.

Ello, fue suficiente para que la junta de GM decidiera autorizar que Bob me contactara y que yo aceptara la posición más importante que profesionalmente ocuparía en en toda mi vida profesional, no solamente por la dimensión de la compañía a la que me me vinculaba, sino por las posibilidades de aprendizaje y desarrollo profesional que allí se me brindaban.

Esto afianzó un principio rector que he tenido toda mi vida: “la ética paga y, cuando lo hace, paga muy bien”.