Estamos ante un estado nuevo de recuperación de una pandemia que, en medio de la modernidad en que vivíamos, nunca esperamos que la humanidad pudiera volver a vivir.
Antes del COVID, nadie pensaba en la posibilidad de que la humanidad pudiera sufrir una nueva pandemia. La última experiencia en este tema, aunque tenía poco más de cien años, había quedado olvidada como si ella hubiera sucedido antes de la extinción de los dinosaurios. Los avances en todos los campos de la ciencia, incluida la medicina, nos hacían pensar en la inmortalidad del cuerpo y la regeneración de las células humanas, de manera que creíamos que estábamos ad portas de superar la muerte y llegar ser inmortales. Los cuerpos de algunos se habían congelado y conservado en condiciones que una nueva generación, quizás muy próxima, los reviviera, independientemente de considerar lo que pudiera ser para aquellos desdichados las implicaciones de esa supuesta resurrección.
Pero, nuevamente, la madre naturaleza, expresión palpable de la presencia de Dios en el mundo, se encargó de recordarnos lo frágiles que éramos y lo lejos e imposibles que estaban y eran aquellos paradigmas sobre inmortalidad del cuerpo y la manipulación de la vida que, algunos científicos, cegados por su vanidad, se proponían lograr.
Ahora que, nuevamente, otra tragedia humana universal nos ha golpeado el cuerpo y el alma, advirtiendo nuestra debilidad, debemos repensar nuestras metas y considerar nuestra inmensa vulnerabilidad, para poder tener una visión más humana de nuestro propósito y la responsabilidad que tenemos para entregar un mundo mejor a las generaciones venideras.
Los empresarios de hoy, así como aquellos que lo fuimos en el pasado, debemos tomar esta experiencia vivida, como medio de preparación y estímulo a las nuevas generaciones, para considerar la sostenibilidad de las organizaciones como un propósito superior fundamental, basado en la mutua cooperación, que considere la responsabilidad social como eje fundamental de soporte estable e institucional para alcanzar un cambio social que sea el eje sobre el cual gire una atención responsable a los mercados y la sociedad toda, basada en el servicio en pro de todas y cada una de las personas que conforman nuestro entorno social.
La estúpida concepción del capitalismo salvaje, orientada a la acumulación de utilidades con el propósito de aumentar el capital, sin considerar la interrelación que, efectivamente, se da entre el bienestar de la organización y el de los mercados, es totalmente autodestructiva y va en detrimento de las empresas, por la vía de la aniquilación de la capacidad de consumo de la sociedad.
La oportunidad que ahora tendremos, superada la pandemia, debe servirnos para considerar estos aspectos esenciales que tienen que ver con que, la mejora de la calidad de vida, no se logra si los empresarios que surten de bienes y servicio a la sociedad, no consideran la satisfacción de cliente de una manera más ampliada e integral, teniendo en cuenta los niveles de información y educación alcanzados. Esta circunstancia reta a los empresarios a trabajar por la sociedad a la que deben servir, en la medida en que adquieren conciencia de la importancia de mantenerla y desarrollarla, pues sin ella, no podrán existir.
No en vano las pérdidas económicas que se dieron en los meses más graves de la pandemia, nos advierten sobre las consecuencias de una gestión empresarial ajena a la responsabilidad social que nos atañe.