El presidente que Colombia merece debe ser una persona de bien.

Es decir: una persona que sea capaz de entender claramente y de manera simple, las complejidades de una sociedad que, a fuerza de golpes, ha sido transformada, generación tras generación, en una sociedad desordenada, violenta, facilista y sin valores. Donde la cultura basada en que el fin justifica los medios, promovió el narcotráfico y la corrupción, tanto en empresas privadas como en el Estado.

El proceso de descomposición, fue en este sentido y no al contrario, como se ha querido mostrar. El narcotráfico y la corrupción, son fruto de ese facilismo que siempre nos ha acompañado.

Esa cultura del facilismo, no nos permite generar compromisos de largo plazo, nos impide ser coherentes con la palabra empeñada y nos lleva a aprovecharnos de las debilidades del otro, procurando mantenerlas, en nuestro propio provecho.

La colonización del país y los asentamientos en tierras que, a través de la historia, se dieron, en todas las regiones de Colombia, fueron fruto de esa cultura perversa.

Es el origen del latifundio y la monopolización de la tierra, en manos de muy pocos, para crear feudos terratenientes, improductivos, en su mayoría, pero de buena capacidad rentista, derivada de los fenómenos de engorde que, por la escasez de tierras -de forma contraria a la extensa geografía nacional- consolidó inmensos feudos de propietarios que no aportaron trabajo ni productividad al campo.

Todo esto, provocó una situación de violencia que produjo un enorme desplazamiento de campesinos a las ciudades, con las consecuencias que todos conocemos, de falta de recursos para atender una masa de inmigrantes que, en estos últimos 60 años, supera las 6 millones de personas, colocándonos como uno de los países que lideran las estadísticas de esta vergonzosa situación.

Necesitamos un hombre de bien, con la capacidad de comprensión suficiente para entender este problema y entrar a solucionarlo de manera radical, si no queremos continuar siendo el pais más desigual de America Latina, después de Haití.

Necesitamos un hombre de bien, que fomente la capacidad de todos los miembros de la sociedad, para saber entenderse en medio de las diferencias, consciente de que cada uno es distinto, pero con la misma dignidad de persona, que exige el respeto del otro a sus ideas y creencias, siempre y cuando, con ellas, no se restrinja su propia libertad ni la de los demás.

Un hombre de bien, que conciba el Estado como el principal promotor de riqueza en una nación.

Un hombre de bien, que garantice estructuras económicas y legales justas, con la infraestructura necesaria para arbitrar, de manera honesta, los conflictos ciudadanos donde se presenten intereses encontrados, de manera que se resuelvan, en forma expedita y equitativa entre las partes.

Un hombre de bien, que entienda que la función primordial del Estado está en asegurar salud, alimento, techo y educación apropiadas para todos los ciudadanos, sin excepción.

Un hombre de bien, que estimule la iniciativa privada con reglas claras y estables para todos los emprendedores que, en medio de ambientes competidos, se estimulen, por la rivalidad que se genera entre ellos, a captar, con calidad y precio, a los consumidores; desarrollando su capacidad creativa e innovadora para beneficio propio y de la comunidad.

Un hombre de bien, que sea capaz de expulsar todo vestigio de corrupción de los puestos del Estado y blinde a la justicia de este flagelo, para que se castiguen a los corruptos con las penas que merecen, en las condiciones que merecen y por el tiempo que su delito merece.

Un hombre de bien, que se deslinde de las soluciones violentas, vengan de donde vengan.

Un hombre de bien, que genere confianza en todos los segmentos de la sociedad, para que, cada uno, se sienta seguro y capaz de desarrollar su plan de vida con un mínimo grado de incertidumbre, de manera que, a las familias y a quienes quieran formarlas y tener hijos, no se les impida alcanzar sus sueños por la dificultad extrema que una economía inapropiada genera al no garantizar su sostenibilidad .

Un hombre de bien, creyente y con ideas sociales de avanzada: que integre y no separe, que construya y no destruya, que anime y no desanime, que aliente y no desaliente, que impulse y no frene el crecimiento y desarrollo que las nuevas generaciones merecen y que la nuestra no pudo lograr.

Un hombre de bien, que respete las creencias religiosas de las diferentes personas que conforman la sociedad, así como sus ideologías, de manera que, evidentemente, se muestre como el líder de todos los colombianos y no solamente del grupo político que lo eligió.

Un hombre de bien, que respete las minorías, que proponga ideas, pero no las imponga, y que, su implementación, resulte de la discusión democrática que debe ser innata a toda la sociedad.

En fin, un hombre de bien, que entienda que el poder que su pueblo le otorga, es para servir y no para oprimir.