Es propio de un buen cristiano perdonar, sin esperar nada a cambio.

Pero también es deber cristiano reparar a la víctima de parte de quien consciente o inconscientemente le hizo algún daño físico o moral..

Para el que perdona, con espíritu cristiano o sin el, siempre le hará falta la reparación de quien lo agredió, en la medida en que las afectaciones de los daños que le puedan haber causado, siempre marcarán las heridas que no son fáciles de curar.

No reparar es un acto de injusticia sumamente grave, pues indica la falta de arrepentimiento y la indiferencia de quien hizo el mal, a pesar de haber tenido la oportunidad de considerar, a través del tiempo, la oportunidad de corregir su error.

No hacerlo, es por tanto la reafirmación de la aceptación consciente del victimario que se niega a reparar, desconociendo los derechos de la víctima y su dignidad como persona hija de Dios.

El daño que hace el victimario se hace aún más grave si no se repara de alguna manera. Es un tema de buena y sincera intención.

El que hace daño y no repara, comete doble falta: el daño causado a la víctima y el que agrega por el hecho de no reparar.

El que no repara es doblemente responsable de su falta, pero si, además, se siente tranquilo con el perdón otorgado por la víctima, su actuación es aún más injusta y dañina.

Es un acto depredador que desconoce la dignidad de la persona afectada que, si bien ha perdonado, necesita la reparación manifiesta por parte del quien le hizo daño fisico o moral, para poder superar totalmente su difícil situación.

Parte de la reparación es el castigo que debe recibir el victimario. Impartido, de manera justa por la sociedad y el Estado.

La Justicia Divina, de la que no tenemos duda, hará lo propio con quien, ante Dios, deberá, como todas las personas, comparecer para rendir cuentas al Supremo Juez, sin lugar a apelación.