La condición de jefe, determina un comportamiento relacionado con: mandar, dirigir, etc. Supone alguien que ordena y alguien que obedece. Viene de tiempos ancestrales donde el amo mandaba y el esclavo obedecía. Posición aceptada por los ejércitos de todos los tiempos y de cualquier tipo, en que el jefe determinaba las acciones a ejecutar por los soldados que, al igual que los esclavos o los trabajadores que no aportaban sino mano de obra, debían cumplir instrucciones que no podían ser cuestionadas por ningún «subalterno».

 

Correspondía a lo que, en los años 70s, era objeto de una teoría de comportamiento organizacional denominada «análisis transaccional», donde se identificaban diversas relaciones interpersonales.  Entre las cuales, se estudiaba una condicionada por la posición «yo estoy bien, tú estás mal». ( https://youtu.be/Ami3TWRRFZc

 

Por tanto, el jefe, tenía derechos y sus subalternos tenían deberes. Esta era una posición dominante que privilegia la categoría del jefe sobre los resultados de la gestión e impedía la participación de los subalternos en el botín del éxito, la promoción, el reconocimiento y las bonificaciones.

Es una posición, francamente, injusta que niega la dignidad de la persona humana que es capaz de pensar y aportar ideas que alimenten las estrategias y permitan complementar las propuestas y alternativas a considerar, de acuerdo con los particulares conocimientos y habilidades de cada uno.

En la era el conocimiento, el mundo del emprendimiento: económico, social, político, deportivo o cualquiera de que se trate, impone la necesidad de contar con diferentes especialidades y potencialidades de las personas que componen el grupo gestor y, obviamente, se requiere de un líder que oriente las actividades, con conocimiento claro de la estrategia y los objetivos esperados a alcanzar.

Este tipo de individuos, adquieren, en la medida de su capacidad de respeto a la dignidad de la persona humana, la característica que es propia de un gestor de emprendimiento: el liderazgo. Por ello se entiende, el reconocimiento que da el grupo social al cual se debe el líder, de su capacidad para: guiar, orientar y coordinar las acciones de las diferentes personas que aportan al grupo. Cada una, de acuerdo con sus posibilidades. De manera que se sientan estimulados y recompensados adecuadamente por sus contribuciones, que resultan, de la forma como el líder armoniza su participación y contribución al grupo.

El líder, por tanto, se hace, en función de su capacidad de relacionarse con el equipo que le corresponde conformar para alcanzar los propósitos organizacionales que se ha propuesto. Resultado de su propio emprendimiento o el de aquellos por quienes fue contratado.


Esto exige una gran capacidad de interpretación y adecuación a las circunstancias, dentro de las cuales, su actuación, va a ser apreciada o rechazada por aquellos públicos con los que interactúa. Estos, en calidad de jueces, aprueban o desaprueban la calidad de los servicios prestados por quien lidera la gestión.


 

Es así como la función del jefe se torna arcaica en el mundo de conocimiento actual y cobra, cada vez, más fuerza, la dinámica de las sociedades que buscan guías que tengan claro el norte a seguir y sepan aprovechar todas las potencialidades de aquellos que los acompañan, con confianza y aprecio, lograda por la calidad de sus conocimientos,  el trato humano que promueve la dignidad de las personas, y su capacidad para premiar y corregir adecuadamente las acciones.

 

Como decía un gran líder:

 

«A la excelencia, por la exigencia. Y, duro con la tarea, suave con la persona»

(Octavio Arismendi Posada, primer rector de la Universidad de La Sabana)