Todas la personas tenemos la misma dignidad de hijos de Dios.
Algunas, nos equivocamos más que otras, pero gozamos siempre de la posibilidad infinita del perdón de Dios.
Esto es aún más esperanzador, cuando se encuentran personas genética o psicológicamente alejadas de lo que la sociedad considera normal.
Ellas, al acercarse al Señor para pedir su protección, merecen todo nuestro respeto, comprensión y cariño suficiente para encomendarlos con nuestra oración, seguros de que merecen su bendición.
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