Llevaba ya 13 años vinculado a la Organización Corona, sin contar aquellos años de práctica universitaria que tantos buenos recuerdos de mi primera formación profesional traían. Estaba en una posición privilegiada a la que había llegado por la estima de los directivos, la colaboración de mis compañeros y la venia de don Hernán Echavarría Olózaga, uno de los propietarios de la organización.

Era aún muy joven. Con 33 años parecería que debería estar empezando mi carrera, pero, la verdad, era que las oportunidades que había tenido y el saber aprovecharlas, me habían colocado en la Gerencia General de Mercadeo y Ventas que, además, por su rol en la empresa y la confianza de los directivos y compañeros, me daban la oportunidad de representarla en muchas de las actividades sociales e interinstitucionales en las que la organización participaba. Así conocí a muchas personalidades del mundo político y social en que mis obligaciones con la empresa me involucraban.

Me padre había partido ya hacia varios años de este este mundo, sin poder haber visto lo que su ilusión paternal siempre había anhelado: su hijo, siendo parte de la dirección de tan importante organización. Es, tal vez, una de mis grandes frustraciones.

Desde mi oficina, con dos secretarías que los tiempos de modernidad en que hoy andamos ya habrían remplazado por un buen ordenador y un celular con los que ahora ando, atendía infinidad de llamadas, citas y reuniones de múltiples personas conocidas y no conocidas. Dentro de las llamadas que una de mis secretarias me pasaría, un buen día, hubo una que me sorprendió y que vino a cambiar mi acomodada vida dentro de la organización.

Se trataba de la presidencia de ECOPETROL, la compañía estatal de exploración y explotación del negocio petrolero en Colombia. ¿Para qué podría llamarme el presidente de tan importante compañía? Lo único que vino a mente, de manera inmediata, fue: ¡se le dañó el sanitario de su oficina y quiere que se lo arreglen ya!

Tomé el auricular del teléfono y me dispuse a atender ese reclamo. Al otro extremo de la línea me hablaba una voz pausada y con indudable acento caleño que me saludaba amablemente. Me dijo: señor Trujillo, le habla Alfredo Carvajal Sinisterra, presidente de
ECOPETROL. Deseo invitarlo a almorzar en el Club de Ejecutivos de Bogotá.

Por más que traté de explorar el motivo del almuerzo, no logré descubrirlo. Pero ¿quién podría rechazar la invitación de Alfredo Carvajal Sinisterra que, además de ser el presidente de la mayor empresa estatal del país, era el mayor accionista de Carvajal S.A. que, a su vez, era una de las más grandes multinacionales colombianas?

Así fue como decidí aceptar esta invitación que, a la postre, cambiaría mi vida.

El almuerzo fue muy agradable y transcurrió sin que me diera cuenta cuánto tiempo habíamos charlado. Fue una conversación en la que me contó quien me había referenciado.

Había sido Diego Lourido, Vicepresidente de la división de empaques de CARVAJAL, quien, a su vez, de algún tiempo atrás, estuvo interesado en llevarme a trabajar con ellos. Recuerdo que, en alguna ocasión, vino con Adolfo Carvajal Quelquejeau, presidente de CARVAJAL, en su avión privado, para recogerme en Bogotá y llevarme a conocer sus empresas en Cali. Fueron muchas las propuestas que recibí. Todas ellas muy alagadoras, pero por ninguna estaba dispuesto a cambiar mi trabajo en la Organización Corona. Quedamos de muy buenos amigos, pero todo paró allí, hasta ahora que me encuentro con don Alfredo Carvajal almorzando en la misma mesa.

Creo que la conversación, para los dos fue tan amena que, después de un buen rato, nos dimos cuenta que no habíamos entrado en el tema que era objeto de nuestra reunión. Se trataba, en concreto, de ir a trabajar con él en ECOPETROL, como asistente de la presidencia, con el fin de montar una organización de capital mixto que manejara, de manera independiente de ECOPETROL, esa organización.

Con sumo respeto y delicadeza tuve que decirle que consideraba que estaba equivocado. ¿Cómo iba yo a asumir tal reto si lo único que conocía de combustibles era la gasolina que le ponía a mis vehículos? Además ¿qué sabía de creación de sociedades de capital mixto? Pues no era abogado ni financiero.

Él me dijo que ECOPETROL contaba con los mejores profesionales que me apoyarían para esta gestión. Que lo que había discutido con la junta es que se necesitaba para esto una persona que viniera del sector privado, de confianza y que hubiera alcanzado en su carrera logros importantes. Que ese era mi caso. La verdad, es que yo no era consciente de ello, pues lo único que había hecho como profesional, era disfrutar mi trabajo.

Por otra parte, esto dependería, por ser ECOPETROL empresa estatal, de aspectos políticos que yo me sentía incapaz de manejar.

Con base en su insistencia le pedí que me diera un tiempo para considéralo y volveríamos a hablar.

A los pocos días me llamó y me dijo: ¿ya lo pensó? Si, le dije. Me quedo en CORONA. En ese momento me respondió: creo que tenemos que hablar, y así lo hicimos. Esta vez en su oficina. Me pidió que le explicara claramente qué era lo que me ataba a CORONA y por qué no aceptaba su oferta. Yo le comenté que estaba muy cómodo allí, que me sentía bien tratado, que la organización era parte de mi vida y que no me veía fuera de ella. Se quedó mirándome fijamente a los ojos. Su mirada no era inquisidora, pero sí penetrante. Con tono cordial y casi que paterno, me dijo: ¡de manera que su plan de vida es pensionarse en CORONA! Bonito plan de vida.

Esto me estremeció. Recordé mis conversaciones con mi supervisor en GRIVAL, cuando apenas era un estudiante en práctica. Desde aquellas épocas no había vuelto a pensar en mi plan de vida. Efectivamente, a esta edad en que todo para mi parecía logrado, debía estar empezando. La ventaja era que tenia la oportunidad de empezar con muy buen “handicap”

¿Cómo rechazar esta aventura que se me proponía? Además, ese tipo que era un patriarca entre los empresarios de Colombia, me planteaba un reto que yo, a mi corta edad profesional, sentía que no podía rechazar.

Había, con su comentario, tocado las fibras de mi orgullo juvenil más profundo y, de manera muy emocional, eché al traste con mis elaboradas reflexiones y toda la argumentación racional que había construido para quedarme en CORONA.

Así acepté la nueva posición.

Ese día aprendí que las personas somos un costal de emociones y reaccionamos de acuerdo a cómo se nos estimulan esas emociones.