Es la historia de nuestro país que, a diferencia de muchos otros, ve pasar cada periodo presidencial, sin que la tendencia de corrupción e incertidumbre se rompa, por culpa de unos partidos políticos fosilizados que nunca rinden cuentas a sus electores por sus repetitivos descalabros. Partidos que han perdido el rumbo, porque traicionaron la inspiración de sus fundadores y se prostituyeron, sin vergüenza, entregando los medios políticos disponibles al servicio del narcotráfico, la expropiación de las tierras de los campesinos y el saqueo de las arcas del Estado.
Ninguno se salva y no por haber robado poquito entre los que roban mucho, dejan de tener la misma responsabilidad en el desastre que colma de sangre y violencia los campos y las ciudades, mientras los representantes de esos partidos continúan el fandango con el que celebran sus irresponsabilidades en todos los organismos del Estado.
Los órganos de gobierno del país, los departamentos y los municipios, contaminados de tanta corrupción, se ven infiltrados por representantes intermediarios de los congresistas, asambleístas y concejales que, so pena de no aprobar los proyectos del ejecutivo, en los diferentes estamentos de gestión, someten las mentes venales de muchos funcionarios al logro de sus perversos intereses económicos, sin importar la miseria que con ello generan, así como la cadena de muertes que se producen por la violencia que sus actos desencadenan, el hambre que reparten -por la falta de alimentos- y el déficit de salud que afecta a la población que, estúpidamente, por su falta de educación, los eligió.
Es un escenario macabro que se mantiene en un círculo vicioso, producto de la relación de idiotas útiles a los intereses de los politiqueros que son elegidos aprovechándose de la ignorancia y el hambre de una población que les interesa mantener en ese estado vulnerable de manipulación, con el fin de sostener este sistema corrupto que nos carcome.
Solamente una disposición sincera y consciente de los electores sobre la gran oportunidad que se presenta, con las elecciones futuras, de cambiar radicalmente este estado de cosas y re orientar el rumbo -para llevar a Colombia hacia horizontes de justicia y paz-, podrá asegurar, para nuestros hijos y nietos, un país decente que sea respetado en el ámbito internacional, no por su riqueza económica, sino por la calidad de su pueblo y la confianza que ello genera para los negocios y las relaciones internacionales.
Mientras ello no se dé y no se metan a la cárcel, a pagar las penas que merecen tantos corruptos, Colombia seguirá siendo una cueva de bandidos sin futuro y, sus habitantes, continuaremos como parias internacionales, mendigando un pedazo de pan en los banquetes de la comunidad internacional de los que somos excluidos.