Cuando un país ataca a otro, se ejecuta un acto de violencia internacional. Cuando lo hace en defensa propia, se da un elemento que justifica, en cierto modo, la acción violenta, en la medida en que se considera una respuesta a un ataque que afecta a la población del país que actúa en defensa de sus intereses, que son los de sus ciudadanos. Es algo así como la justificación de la violencia ante la violencia. Es un derecho de un país, que es ejercido en defensa de su autonomía e independencia política de los demás países.

Lo que vemos en Medio Oriente parece justificar la respuesta de Israel contra Hammas, grupo terrorista responsable de los asesinatos del 7 de octubre del año pasado.

Pero, debemos preguntarnos, si la repuesta militar de Israel contra todo el pueblo de Gaza, que es una inmensa mayoría que no pertenece a Hammas, incluidos ancianos, niños y familias humildes, es realmente un caso de defensa nacional o si no es, más bien, un acto de barbaridad terrorista que aprovecha esta oportunidad para exterminar a un pueblo con arraigo ancestral a su territorio.

Palestina es un pueblo empobrecido e injustamente agredido por la comunidad internacional que le escindió buena parte de su territorio, sin su consentimiento. Porque las grandes potencias imperialistas de la época, después de la segunda guerra mundial, quisieron compensar la tragedia del pueblo sin tierra de Israel otorgándole parte de las tierras de los palestinos a los judíos. Tierras que fueron sometidas por estos imperios militares que, allende sus fronteras, decidieron hacer lo que les dio la gana con territorios que históricamente no eran suyos, pero a los que querían imponer su cultura anglosajona, desconociendo la ancestral historia de los pueblos de oriente.
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El tema del ataque desproporcionado, indiscriminado y pleno de servicia que se realiza en Gaza, y sus efectos sobre los países vecinos, ya muestra condiciones similares a la guerra europea que involucró al mundo convirtiéndose en una guerra mundial.

De hecho, ya compromete una potencia internacional externa al territorio de Medio Oriente, como son los Estados Unidos que han respaldado estos actos violentos contribuyendo política, económica y militarmente al exterminio de un pueblo pobre, sin recursos y sin influencia internacional suficiente que pueda parar de inmediato este genocidio.

Hoy, Israel, después de la masacre de más de 30 mil palestinos dentro de los que se cuentan más de 5 mil niños, tiene arrinconados, en el extremo sur de Gaza, a más de dos millones de palestinos que, sin alimentos, ni medicinas, ni techo, se mueren lentamente de inanición, sin poder emigrar a Egipto, pues su frontera está cerrada por la influencia de Israel y sus potencias aliadas, que les impiden el paso.

No exagero al pensar que Israel, en medio de su paranoia, solo espera la desaparición de ese pueblo arrinconado, para anexar el territorio del país que le cedió la tierra en que se asentó después de la guerra. Así agradece el pueblo judío a quien le dio la oportunidad de tener un asiento territorial después de más de dos mil años de historia sin un territorio propio.

Como en la peor y más dramática de las tragedias griegas, en esta, el hijo ha decidido despedazar y comerse el cuerpo de su propia madre.