La economía nacional atraviesa una coyuntura inflacionaria llena de presiones al alza en un contexto político polarizado e inestable. La inflación, el aumento en el índice de precios al consumidor o pérdida de poder adquisitivo, ha aumentado de manera consistente en los últimos meses llegando a los niveles más altos en la última década. Los efectos de este incremento se trasladan directamente al consumidor y, aunque se espera una corrección hacia el final del año, es muy probable que la inflación observada finalice el año más alto de lo esperado.
La dinámica de este indicador comenzó sus marcados incrementos en el último semestre de 2015, periodo durante el cual aumentó 2.35 puntos porcentuales, para finalizar el año con una inflación acumulada de 6.77%. Este valor, fuera del rango superior de la meta del emisor, generó una leve distorsión en el comportamiento de los precios del próximo año, ya que los precios de muchos bienes y servicios, al igual que el salario mínimo, aumentan con base en la inflación observada, dificultando la corrección del indicador en el mediano plazo. Para empeorar la situación, el 2016 comenzó con tres fenómenos inflacionarios persistentes.
El primer semestre de 2016 continuó con un peso colombiano que supera los tres mil pesos por dólar desde hace aproximadamente un año. La devaluación del tipo de cambio, a pesar de que es considerada como un choque “temporal”, parece ser de carácter más permanente dados los niveles actuales del precio del petróleo, entendiendo que éste ha disminuido constantemente desde el último trimestre de 2014 y no hay perspectivas de que repunte en el futuro cercano. Nuestra dependencia como economía de este commodity, tanto a nivel de inversión extranjera directa como de exportaciones, liga de manera inversa el comportamiento de su precio con nuestra tasa de cambio. Esta nueva tasa que oscila alrededor de tres mil pesos por dólar se ha trasladado en parte a los precios del consumidor y se espera que siga siendo así en los siguientes meses [aunque en menor medida]. El fenómeno climatológico del niño [que recién ha concluido] impactó de manera considerable la productividad agrícola, generando escasez de bienes primarios y secundarios. Y adicionalmente el gremio de transportadores instauró un paró que duró 45 días, contribuyendo al desabastecimiento de bienes a nivel nacional.
Una tras otra presión inflacionaria, tanto de carácter externo como interno, ha generado varios aumentos en los precios hasta un nivel máximo de 8.97% de inflación acumulada a julio de 2016, cifra que ha tratado de moderarse a través de la tasa de intervención que ha aumentado 200 puntos básicos en lo que lleva del año, alcanzando 7.75%. Si bien es claro que el efecto de la tasa repo del emisor tiene un rezago en la economía, es importante resaltar que en la medida que los efectos tarden en hacerse evidentes, la cifra de cierre de año puede ser mayor a la esperada y esto dificultaría el objetivo del Banco de la República de llegar al rango meta a finales de 2017 debido al ajuste que se generaría por un cambio en la indexación de los precios.
Pero lo interesante es la manera en la que esta dinámica económica se materializa en la vida de los consumidores. Los precios han incrementado casi un 9% en lo que lleva del año, pero nuestros ingresos siguen siendo los mismos, lo que significa que nuestro poder adquisitivo se ha disminuido en esa misma magnitud. El incremento en tasas de interés significa que el crédito se encarecerá, y esto dificultará para muchos la obtención de mecanismos de financiación, lo cual ha de desacelerar la ya menguante inversión. Y si adicionalmente tenemos un menor ritmo en la economía, no será tan fácil sortear la política monetaria del país.
Para empeorar las cosas, la incertidumbre política del fin del conflicto armado ha polarizado las opiniones del país y, frente a unas sobrias expectativas de crecimiento de la economía [cerca de 2.4% según el Banco Central], lo cierto es que nos enfrentamos a una coyuntura frágil en un entorno inflacionario persistente. La política monetaria se ha ajustado acordemente, pero las sorpresas inflacionarias no han cesado; y, si bien se espera que este escenario se corrija en los últimos meses del año, el 2016 tendrá una actividad económica disminuida y una persistente incertidumbre política cuyo desenlace aún dista de generar la estabilidad que la economía y el consumidor necesitan.
Las decisiones que ha tomado el Banco Central han sido acertadas y responden a la información que le estaba disponible en su momento, a pesar de que las sorpresas inflacionarias se dieron de manera repetida y acumulativa y no eran tan evidentes. Estas presiones en los precios se presentan en un momento en el que el país no está en las mejores condiciones para enfrentarlas. La inexorable unión entre la política y la economía permeará inestabilidad a la población y no permitirá una recuperación pronta hasta que las consecuencias del fin del conflicto sean claras para el país.
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