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Desde hace miles de años, el ser humano se dio cuenta que cada planta posee características y funciones particulares que las hace únicas en su tipo. Con el tiempo, el hombre empezó a seleccionarlas, combinándolas entre ellas para lograr un mejor cultivo y una mayor producción, hasta el punto de contar con plantas de mayor potencial y variedades. De esta forma, y gracias a los avances e investigaciones químicas, nace la modificación genética, una acción que continua en el tiempo hasta hoy con cada uno de los cultivos domesticados por el hombre.

Con esta práctica, se logra intervenir en características como el sabor del tomate, mejorar cultivos como el de maíz, para así generar más granos en la cosecha, o potencializar la fibra del algodón, para hacerlo más resistente y de mejor calidad. La modificación genética es cuestión de química, y abre las puertas a sacar un mayor provecho del potencial que ofrecen las plantas, por medio del manejo de forma directa en los genes de estos organismos y rompiendo las barreras de la divergencia.

La modificación genética ha sido mitificada a lo largo de los años, etiquetando a este tipo de productos como nocivos para la salud humana. Sin embargo, ésta es una creencia errónea, pues son más de 60 naciones alrededor del mundo que han evaluado y han autorizado su consumo. De igual forma, la comunidad científica de universidades y centros de investigación públicos y privados, evalúan constantemente los productos transgénicos, confirmando que son seguros para el consumo humano y animal. Con base en lo anterior, no existe evidencia de que los organismos genéticamente modificados sean dañinos o atenten contra la integridad de las personas.

Por otro lado, en temas de sostenibilidad uno de los retos que tiene la industria química es orientar esfuerzos para un futuro sostenible, brindando soluciones para el tema de alimentos a nivel mundial. Tenemos una población que día a día crece exponencialmente, y que demanda grandes cantidades de alimentos. Es por ello que, la biotecnología y la química se convierten en aliados importantes de los agricultores, no solo en temas de producción sino también en el impacto ambiental, reduciendo el número de aplicaciones de insecticidas en los cultivos. Hoy en día, se usan alrededor de 2 o 3 aplicaciones, liberando cargas químicas que en los años 80 llegaban a cifras de entre 20 a 50 aplicaciones, generando impactos negativos en el ecosistema.

¿Quieres saber más sobre cómo creamos química para un futuro sostenible? Escúchanos en nuestro Podcast Cuestión de Química, disponible en Spotify, Apple Podcast y Deezer o escríbenos a comunicaciones-bcn@basf.co

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