Tema ineludible esta semana, la Alianza Pacífico (AP), el asunto tiene tanto de largo como de ancho, por las implicaciones, por el contexto social, por la demagogia de unos y el proselitismo de otros. Siempre he estado de acuerdo con las integraciones comerciales, la teoría y la evidencia empírica siguiere que son buenas para el crecimiento y el bienestar de la población en general, claro que en esto no estará de acuerdo algunos sectores industriales, algunos empresarios agrícolas y, como no, algunos sectores políticos como el Polo Democrático en cabeza de sus prominentes y eminentes senadores.
Pero vamos a los hechos, de llevarse plenamente a la práctica lo que está en el papel, Colombia en general y en particular los empresarios, incluso los más críticos, tendrían acceso a un mercado de más de 210 millones de personas. Eso no puede ser malo y la consecuencia de un incremento de la demanda de los productos nacionales se traduciría en un crecimiento del PIB de casi de 1% por ciento adicional (si le sumamos la paz, quizá el país sí se transforme en una estrella entre los países emergentes). El crecimiento se traduce naturalmente en empleo y claro en más riqueza y bienestar para los colombianos.
Todo lo anterior se puede dar más o menos en el mediano plazo si el país se vuelve más productivo, y debe ser una tarea urgente porque entre los países de América Latina en general, y entre los de la AP en particular Colombia es el más débil económicamente, en términos de crecimiento y de balanza comercial, el más atrasado en productividad laboral, en formalización del trabajo, en infraestructura de carreteras (hasta Ecuador ya nos gana en eso), portuaria, aeroportuaria y sobre todo en desarrollo tecnológico, Colombia ocupa los últimos lugares, lejos de Chile, por ejemplo, en registro de patentes.
Bien, dirán que en estas condiciones las integraciones comerciales no son buenas. Bueno, eso depende del cristal con que se mire. Porque el otro punto es ¿Para cuándo lo vamos a dejar? Estoy convencido de que el efecto de los pares puede jugar en favor del país, es decir que Colombia se contagie de la eficiencia y de la productividad de sus competidores directos. Pero nada de esto es útil si, por ejemplo, el efecto de la disminución de aranceles que abaratan los productos es contra-restado por la lucha del gobierno de mantener un dólar alto, que solo subsidia a unas cuantos empresarios en detrimento de millones de consumidores.
El problema como siempre es que el país deja las tareas a medias, durante el gobierno Gaviria recuerdo la cacareada “apertura” económica, el país hizo algunas reformas para prepararse, pero nunca pudo revolucionar ni la infraestructura ni el campo. Justo 24 años después el país sigue poco preparado para los TLC’s y poco indica que lo esté para la AP. La responsabilidad está en ese acuerdo tácito entre empresarios y gobiernos de proteger la industria mientras llegaba la anhelada reconversión industrial que nunca llegó y hoy vemos los efectos, una industria, según cifras del DANE, en decadencia.
Los acuerdos comerciales han llegado en masa y son beneficiosos para 44 millones de consumidores, solo es malo para un grupo relativamente pequeño de empresarios agremiados que pueden presionar y hacer lobby por sus intereses. De seguir así el país seguirá mediocre y bogotanizado tanto en materia política como económica.
@jhbarrientos