La determinación del salario mínimo debería, en principio, regirse por las leyes del mercado. Claro está, el mercado es muy eficiente pero poco equitativo. En términos técnicos, el salario es el precio del factor trabajo y la remuneración de tal factor debe ser equivalente a la productividad, pero enfrentamos problemas técnicos de medición de la productividad debido a  que es difícil observarla en la práctica (dicen los gremios que estará por cerca del 1%). Más aún, en un país como Colombia, donde abunda la mano de obra poco calificada, dejar al mercado la determinación del salario mínimo podría ser contraproducente pues genera más desigualdad y pobreza, dado que la población menos educada y más joven es la más vulnerable.

 

Queda entonces la segunda instancia para definir el salario mínimo: la negociación colectiva entre gobierno, el sector productivo y las centrales obreras. Este escenario remplaza al mercado de trabajo tratando de corregir las fallas de éste. De modo que las centrales representan el lado de la oferta (trabajadores) y los demás representan los intereses del lado de la  demanda (los productores). Está claro, y las partes lo anticipan, que no se puede proponer incrementos del salario mínimo exagerados, por la presión que genera sobre los precios de los bienes que finalmente haría inocua cualquier incremento del salario, pero los trabajadores tampoco aceptarán menos de la meta de inflación.

 

La fórmula usual para incrementar el salario mínimo incluye: a) negociar algunos puntos porcentuales por encima de la meta de inflación y b) considerar las variaciones de la productividad, que insisto, tiene el problema de medirla debido que en muchos sectores, como el en el terciario, no es directamente observable. Aunque definitivamente sería estupendo poder recompensar los trabajadores por su esfuerzo. Sin embargo, según un estudio reciente de la OCDE (2013), la productividad del país crece lentamente y está por debajo del promedio de América Latina. Desde luego entonces, es más fácil usar la inflación (causada o esperada) como referencia.

 

Ahora, la meta de inflación como directriz funciona cuando ésta se satisface. Si la meta no se cumple por cualquier razón, los trabajadores dejan de ganar en términos reales respecto a lo que se negocia en el pasado –se perdería poder adquisitivo–. Por eso es vital que se cumpla la meta de inflación año tras año, pues se evita disminuir el poder adquisitivo –lo que hace más difícil las negociaciones – y además no se menoscaba la reputación del Banco Central. La negociación es un juego dinámico donde lo más importante es la credibilidad de las acciones.

 

La discusión se ha centrado siempre en determinar el salario de hoy basado en la inflación y en la productividad. Pero no se menciona el hecho de que pese al decrecimiento en el incremento del salario mínimo en Colombia, éste sigue estando por encima del promedio del salario de América Latina, lo que contrasta con el hecho de una muy baja productividad. Los ajustes a la manera de negociar el mínimo deben repensarse sin duda, sin desconocer que en Colombia su determinación es fundamental, no solo debido a la gran cantidad de trabajadores que ganan el mínimo, sino también porque de éste depende buena parte del resto de precios de la economía.

  

 

@jhbarrientos