Tampoco en su única incursión filosófica les fue bien a los Nule, ya estigmatizados por faltar al mandamiento supremo del corrupto: no caerás. Enunciaron que la corrupción es inherente a la naturaleza humana y terminaron reducidos a la misma burla con que trataron a ese famoso pensador que sugirió reducir la corrupción a sus justas proporciones. Confundieron los términos, la causa con la consecuencia, y mejor les hubiera ido si formularan la inherencia de la codicia a la naturaleza humana.
De allí, de la codicia insertada en el ADN de los terrícolas, se hubiera podido llegar a un debate interesante sobre la corrupción, que es, de lejos, la gran calamidad de las naciones. En el barullo hubiéramos tenido que volver al traqueado paradigma que si el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe, enfrentado a ese otro postulado que radica la maldad como nuestro pecado original, del que sólo pueden rescatarnos la paciente construcción de una conciencia y la espiritualidad engrandecida.
Mientras la frasecita de los Nule alimentaba los espacios chistosos de la radio, vivía sus estertores en las salas de cine colombianas la película que ganó el Oscar 2010 como el mejor documental: Inside Job, que como “Trabajo Confidencial” sobrevive solitaria y cada vez con menos funciones para los interesados, que abandonan airados la penumbra de la sala. Se plantea allí una atrevida explicación periodística sobre cómo se conjugaron una serie de vectores públicos y privados para producir la crisis financiera que estalló en septiembre de 2008 en los Estados Unidos, con secuelas tan terribles que aún las están padeciendo… los pobres. Se mezclan en una letanía odiosa nombres como Lehman Brothers, Fannie Mae, Freddie Mac, Aig, Allan Greenspan, Ben Bernanke, y otra cantidad de señoras y señores que cayeron parados luego de defraudar a sus naciones por la vía del pensamiento, la palabra, la obra y la omisión.
Allí se plantea, en principio, que la codicia reclamó sus terrenos en la mente y el corazón de varios caballeros de Wall Street. Sus intenciones de desfalco, según propone la película, entraron en una cadena de complicidades que hizo posible una riqueza tan espontánea e incalculable como la subsecuente debacle. Erigir ese espejismo de fortuna fue posible gracias a la llamada desregulación, que no es otra cosa que la forma como el Estado y sus organismos de control se taparon los ojos y se cortaron los uñas, para no cumplir las funciones que debían ejercer para proteger a los ahorradores o a los esclavos de las hipotecas. Está también la puerta giratoria que permite a ejecutivos privados saltar a cargos públicos y viceversa, utilizando en un lado lo que aprendieron en el otro, para su avaro beneficio que termina en la privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas.
“Trabajo Confidencial” es implacable con los funcionarios que luego de defraudar, entre otros países, a los Estados Unidos por lo que ya se escribió, fueron premiados económicamente con réditos de príncipes y ubicados posteriormente en el gobierno de Obama, que prometió escarmentar a esos jugadores de la era de la avaricia. El trabajo documental es suficientemente crítico con la universidad y la academia norteamericanas, que elaboraron teorías para justificar lo inexplicable y cuyos miembros se asentaron cómodamente en las juntas directivas de los defraudadores.
¿Pasó lo mismo en el caso de los filósofos Nule? Todo parece indicar que sí. La de ellos, considerada como la mayor defraudación corporativa en la historia del país, no hubiera sido posible sin la complicidad del Estado y sus funcionarios, controlados por la codicia humana y un poder superior e incontrastable. La Contralora Sandra Morelli ha denominado ese entramado como las “fuerzas paralelas”, que tienen la capacidad de arrodillar al Estado, “y hacer que la Ley se torne relativa, que tenga muchas interpretaciones y que se pueda afectar el interés público y beneficiar, sin justa causa, al particular”.
Un Estado capturado y en el que se replica la inmoralidad como una pandemia, les da sentido a personas como los Nule, e incluso valida su afirmación que la corrupción o su causante, la codicia, son inherentes a la naturaleza humana. Por lo que pasa en Colombia, parece que sí.
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