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Si usted es de los que cree que la ceremonia de entrega de los premios Oscar es el instante apoteósico de la industria cinematográfica, en el que se dan cita las grandes estrellas y las figuras más importantes del séptimo arte y todas sus vertientes, vaya bajándose de esa nube. La versión número 83 celebrada el domingo 27 de febrero en el Kodak Theatre de Los Angeles, demostró que el evento ha comenzado a pasar agua y a escorar como el grandioso Titanic, cuya dramatización en manos de James Cameron llenó las arcas de Hollywood.

Vi la transmisión efectuada por E Entertainment y TNT, y poco a poco fueron destellando verdades sobre el otrora glorioso evento del cine. Todas las estrellas entrevistadas en la alfombra roja tenían un papel asignado en la ceremonia. Eran presentadores, homenajeados o nominados. Más nada. No apareció por allá ninguna luminaria que no tuviera un papel específico en la gala y en la transmisión de televisión.

Tan grave es la ausencia de grandes artistas en los Oscar, que hubo más figuras en los Globos de Oro. Más gente de los elencos, más nombres consagrados, e incluso más familiares orgullosos, porque ni siquiera Michael Douglas y su bella Katherine Zetha Jones asomaron la cara para aplaudir a su nonagenario suegro – papá, el deslumbrante señor Kirk Douglas, cuya sensacional aparición pagó las cuatro horas frente a la pantalla.

La presentación de los talentosos actores James Franco y Anne Hathaway fue regular tres cuartos. Franco estaba tan atembado que parecía recién salido de la cueva donde pasó 127 horas. La niña Hathaway resultó más despiertica y simpática, pero ni siquiera decorosa en su breve intento musical. Ambos muy lejos de la mejor y más reciente presentación, la del X Men Hugh Jackman, que como si hubiera sido peluqueado por Magneto, se toteaba de la risa en primera fila.

En la primera fila estaban los actores nominados u homenajeados. De ahí para atrás, caras desconocidas, un tumulto de corbatín, perlas y escotes, formado por los equipos de producción y las familias. Y si pensábamos que sólo pasa en Colombia donde nos llevamos toda la familia para los eventos (“una boletica para mi tía, ¿sí?”), pues ya podemos estar seguros que en Hollywood pasa igual. En medio de los aburridos discursos, se paró la abuelita de este, la mamá del otro, la esposa de aquel. Tal vez porque, como dijo un presentador en la lanzada alfombra roja, se advirtió que esta vez los discursos debían ser emotivos y del corazón, sin lectura de papel ni grosería como la que se le salió a la magnífica Melissa Leo.

Bien por la ficción inicial que situó a Franco y a Hathaway en la entraña misma de distintas películas. Pero de ahí en adelante, primó un asunto más bien provinciano, con un libreto escuálido y poco ingenioso para los presentadores, y con muy insulares buenos apuntes como los de Jeff Bridges, a quien la enrojecida Sandra Bullock le quitó el Oscar porque había que darle paso a nuevos actores como Colin Firth.

Qué vaina que en esta entrega, los novedosos hayan sido Kirk Douglas y el ectoplasma de Bob Hope.

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