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La teoría monetaria moderna (MMT por sus siglas en inglés) propone una alternativa a las soluciones de política económica (fiscal y monetaria) tradicionales. El desarrollo y solidez de esta se ha sustentado en deshacerse de ideas heredadas y socialmente aceptadas de cómo funciona la economía de un país. Por ejemplo, el considerar que una economía es como un hogar, que tiene una restricción presupuestaria y de esa manera debe administrarse; que el poder adquisitivo de la moneda sea el objetivo principal de las políticas de hacienda y del banco central; y que un concepto como la tasa natural de desempleo es observable y es herramienta suficiente para mantener el poder adquisitivo de la población. El presente artículo busca acercar a quien lo lea a los conceptos más relevantes de la MMT.

Hacedores de política y personas de a pie tienden a afirmar que un país debe administrarse bajo los mismos parámetros con que se administran los recursos de una familia, con una columna para los ingresos y otra para los gastos, una restricción presupuestaria y el deseo permanente de nunca tener números rojos; opinión reforzada por los economistas. Dos objeciones. La primera, mientras que para una familia los ingresos anteceden al gasto, para un país no. La segunda, un país no tiene restricción presupuestaria. La razón de ambas: las familias no tienen la capacidad de crear moneda.

Para entender esta posición hay que pensar en el gobierno como un monopolio monetario. Siendo el único oferente, no puede recibir un bien que aún no ha puesto en el mercado. Es decir, los ingresos para un país no anteceden al gasto, ni los impuestos ni la deuda financian el gasto público. Dado esto, al no tener una limitación de ingreso como las familias, no posee una restricción presupuestaria. En consecuencia, los “números rojos” para un gobierno (o déficit fiscal) no son per se una preocupación.

Ahora, si los impuestos y la deuda no financian el gasto público ¿para qué son? Los primeros son un mecanismo para asegurar la demanda de la moneda gubernamental; sin estos no habría verdaderos incentivos para utilizarla. Adicionalmente, son dispositivos apropiados para alterar la distribución de la riqueza y el ingreso, estimular o desestimular comportamientos de la población y asegurar la legitimación pública de las instituciones. Por otra parte, la deuda draga los excesos de reservas del sistema bancario. Cuando estos concentran moneda a través de los diferentes medios de captación, el gobierno interviene para que vuelva a circular en la economía (Wray, 2020).

Al mencionar la creación de moneda y la no existencia de una restricción presupuestaria, lo primero en lo que piensan los economistas es en inflación. Desde el surgimiento del paradigma monetarista a raíz de las consecuencias de la crisis del petróleo en la década de los 70, se ha inoculado un miedo a este fenómeno que ha llevado a que los esfuerzos políticos y técnicos se concentren en una identificación temprana y acertada del mismo. Aunque una economía con inflación nunca es deseable, una política monetaria que prioriza niveles bajos de inflación sobre el nivel de empleo facilita la reproducción de fenómenos como la financiarización y la desigualdad funcional del ingreso. En lugar de alcanzar niveles deseables en el bienestar de la población, se profundizan situaciones contraproducentes para el crecimiento y desarrollo económicos de un país.

Este tipo de intervención monetaria es guiada, en gran parte de los bancos centrales en el mundo, por la tasa de desempleo no aceleradora de inflación (o NAIRU, por sus siglas en inglés), una estimación de la inobservable tasa natural de desempleo. Esta establece un límite de esfuerzo a favor del trabajo con el fin de que la economía no se “recaliente” y se observen presiones inflacionarias. La teoría monetaria moderna propone en su lugar, adoptar las finanzas funcionales.

En los años 40, Abba P. Lerner, economista estadounidense sugirió que los gobiernos no se enfocaran en equilibrar impuestos y gasto, sino que ambos deberían ser utilizados para balancear la economía en su totalidad. Para ello el gasto debía ser, seguramente, mayor a los impuestos y debía perpetuarse en el tiempo con el fin de garantizar el bienestar de la población (Kelton, 2020). Sin presiones inflacionarias, el déficit fiscal puede mantenerse sin que se considere un gasto excesivo.

Dentro de este marco, los gobiernos en una conjunción monetaria y fiscal pueden transmutar el objetivo de baja inflación en bajo desempleo y ver al primero más como un medio que como un fin. Una política económica para el bien común.

 

Carlos José Ortiz Bonilla 

Economísta – Magister en Ciencias Económicas. Docente-investigador, Facultad de Economía – Universidad Santo Tomás.

 

Referencias 

Kelton, S. (2020). The Deficit Myth. Hachette Book Group

Wray, R. (2020). The “Kansas City” Approach to Modern Monetary Theory. Levy Economics Institute of Bard College. Working paper 961.

 

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