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Para los economistas una cosa es sentirse pobre y otra muy distinta es ser pobre. En general, las cifras objetivas de pobreza difieren de las subjetivas o de percepción. Basta ver las recientes cifras de la Encuesta de Calidad de Vida de 2011 de Dane, la cual hace una comparación con 2010; según la encuesta en el año 2010, a nivel nacional, el porcentaje de hogares que se consideró pobre fue del 44.4% (en 2011 fue del 43.2%). En contraste, la cifra de incidencia de la pobreza calculada por la Misión de Empalme de la Serie de Empleo y Pobreza fue del 37.2% en 2010.

Lo anterior no es contradictorio pues la percepción de pobreza, además de ser subjetiva, es también relativa. La mayoría de personas a la pregunta ¿Se considera usted pobre? tenderá a compararse con el vecino o familiar más cercano. En virtud de esto no es raro encontrar personas que se consideran pobres porque no puede ir cada año de vacaciones a Miami, o porque su vecino tiene un carro más costos. Esto es así porque la sensación de pobreza no es sólo el producto de las condiciones objetivas o de los aspectos observables de la vida de los individuos, sino también que obedece a percepciones.

La llamada paradoja del crecimiento infeliz es un ejemplo de que la percepción sobre la calidad de vida, la pobreza y la felicidad está más allá de la cifra y los hechos objetivos. Dicha paradoja consiste en observar que pese a que el dinero no lo es todo, es un hecho que en los países que tienen niveles más altos de ingreso la satisfacción con la vida es mayor y, contra lo que parece, en países donde el crecimiento reciente ha sido rápido, éste no ha sido concomitante con el aumento de la expectativa de consumo de bienes materiales y el posicionamiento social, llenando de infelicidad a mucha gente.

Lo que hace interesante y valioso indagar sobre las percepciones y sensaciones de las personas, es la posibilidad de evaluar si la gente está satisfecha con lo que tiene, incluso si aparentemente tiene más de lo que necesita, o si las personas son felices con la vida que llevan. Con base en eso los gobiernos pueden dilucidar, más allá de la cifra objetiva, que haría feliz a su gente, y diseñar programas de mejoramiento de calidad de vida. Pero también trae atado el peligro de que los políticos caigan en el populismo y utilicen la percepción de pobreza y carencias para ganar prosélitos y electores y, claro está, lo que más les gusta: los voticos.

@jhbarrientos

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