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La ultima edición de la revista Semana, en su sección de micro notas llamada Confidenciales, trae un apunte sobre los resultados del Plan Colombia en términos de precio del gramo de cocaína en las calles de Estados Unidos y de la pureza. Al respecto, la nota dice que según el Departamento de Justicia de U.S.A, el precio del gramo de cocaína aumentó un 83.71% desde que se aplica el plan de marras y que la pureza ha disminuido de 68.1% a 46.2%, y califican éstas estadísticas como  “alentadoras”.

Magro resultado en un plan que ha costado miles de millones dólares, sin reparar en la cantidad de muertos en el mismo lapso de tiempo que ha durado el Plan, la mayoría en el país claro está, debido a la narcotización de la lucha armada de toda índole y a la violencia por el control del tráfico en las zonas urbanas. Esto, a grandes rasgos, es lo que ha costado la penalización de la producción y el consumo.

Los economistas, así como diferentes profesionales en las ciencias sociales y políticos sensatos, han señalado que la penalización y la lucha contra el narcotráfico como se ha enfrentado actualmente no es eficiente y si muy costosa, no solo en términos monetarios sino de violencia y desplazamiento. En otras palabras, la lucha contra las drogas, basada en la represión (tanto a la oferta como la demanda), no es la solución (y si un fracaso) y que hoy la inversión de un dólar adicional se traduce en beneficios marginales nulos e incluso negativo.

Desde el punto de vista de la ciencia económica es posible conjeturar que el gobierno Norteamericano basa su estrategia de lucha contra las drogas en la teoría del adicto racional. Dicho paradigma asume la cocaína como un bien normal y a los productores y consumidores como agentes racionales, el primero quiere maximizar su beneficio y el segundo su utilidad. En otras palabras, los agentes responden a incentivos como si se tratara de zapatos o automóviles. Por ejemplo, si el precio de las dosis en las calles se incrementa entonces los adictos dejaran de consumir o, al menos, disminuirán drásticamente su consumo y deberían desestimular la producción.

De hecho lo que muestra la nota de Semana al calificar los resultados como alentadores,  es que la teoría del adicto racional es ciertamente la base intelectual de la lucha antidrogas, pues ha sido precisamente una estrategia para mantener los precios altos, y aunque esto se logra en cierta medida, la evidencia siguiere que los adictos harán cualquier cosa por conseguir droga (los ricos acaban fortunas los demás incurrirán en actos delictivos). Paradójicamente, los precios altos, además de no disminuir demanda, mantienen niveles de rentabilidad altísimos para los traficantes, de modo que el incentivo a traficar se mantiene y cada “directivo” retirado, por lo general forzosa y eternamente, es reemplazado por un “emprendedor” más innovador (aunque, seguramente, peor persona).

Es quizá momento de replantear el paradigma del adicto racional, como agente que hace una elección basado en costos y utilidades individuales y analizarlo más como un problema salud publica de elección individual pero con nefastas consecuencias sociales.

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