La labor de la escritura tiene varias aristas. Está por un lado quien tiene un diario, escribe para sí mismo y en este caso el acto de escribir cumple la función de catalizador, de liberación, de desahogo. Quien lo hace no necesariamente querrá que lean sus memorias, es algo más íntimo. Está también quien quiere contar una historia con el objetivo de hace reír, de hacer llorar o de hacer remover la más recóndita de las fibras. Introducción, nudo y desenlace.
Luego me meto yo ahí como en el medio de estos dos objetivos, simplemente divagando aquí e ilustrando varias ideas que me han llamado la atención, palabras nuevas, series interesantes, libros y tendencias. La vida culta está llena de estímulos, siempre hay cosas nuevas por aprender, el mundo es demasiado gigante, además cada mundo es una infinidad de culturas y si las multiplicamos por las diferentes épocas el abanico se abre: es saborear la cultura, es solazarse con ese libro antiguo mohoso de hojas amarillas, es concentrarse en esa serie o película que no quieres dejar, es disfrutar el teclado de una canción que bajé en Apple Music sin la cual la vida sería más aburridora. Cada uno de esos ítems es un dije, cada uno es un ladrillo que va conformando una edificación sólida, una casa hermosa, imperecedera, que nadie tumbará. Esa es mi mente. Tu mente. La mente del consumidor de cultura.
Eso somos, eso soy. Un consumidor de cultura. Consumir no significa memorizar. Alguien me preguntaría por ejemplo cómo era exactamente la trama de Ana Karenina o de cualquiera de los cientos leídos en el pasado. Diré, no con vergüenza, sino con orgullo, que no me acuerdo. Lo leí, lo disfruté pero no recuerdo. Pero algo me queda. Antes hacía el ejercicio de escribir lo que se me fuera viniendo a la mente y yo mismo me sorprendía de denotar zonas geográficas de Francia, nombres griegos y escritoras estadounidense que en la superficie no estaban, pero que había leído antes. No importa exactamente saber qué ocurrió, lo que importa es saber que gocé leyéndolo, recordar lo que sentí. Recuerdo vívidamente cómo iba leyendo en el Kindle en 2014 a Ana Karenina, cómo gocé, cómo me conmovió el final. Cómo gocé leyendo a Carmen Posada, a tantos, a tantas. Eso es lo que importa, ella (o bueno, él, Tolstoi) ayudó a poner ese ladrillo.
El escritor es un obrero.
Me llama la atención quien no lee, me llama la atención quien empezó a leer este artículo y lo dejó a medias y no está leyendo esta línea. Quien dejó una serie en visto y no supo saborear el final, quien se terminó disipando. Cómics, películas vanguardistas, películas ochenteras básicas. Hace poco vi una película rusa que transcurría en San Petersburgo, con unos muchachos ladronzuelos en patines de hielo. Luego contrastar esto con otra que vi hace poco, dirigida por Almodóvar, en una Madrid noventera bastante aburridora. “La realidad debería ser prohibida” decía una de las protagonistas, no sé si Rossy de Palma o quién era. Contrastar la belleza de la protagonista rusa, Sonya Priss, en Silver Skates, con los rasgos bruscos de Rossy en La flor de mi secreto. Luego ver la historia de María Estuardo en Mary Queen of Scots, magistralmente interpretada por Saoirse Ronan. Luego ver las 4 horas de La Liga de La Justicia. La cultura es contrastar.
Sí, siempre me llamará la atención quien no lee, quien no se emociona, quien vive la realidad como único o principal derrotero, dejando los designios mentales al discurrir de los periódicos, de las legislaciones y de las normalidades. Quien deja los designios en manos de las conversaciones.
Luego compraba unos lápices Faber-Castell de cuerpo negro, no color beige como siempre habían sido. La revolución de los colores. Con ellos dibujé a Olafo, sí, el clásico, pero también Anime actual, la convivencia de lo nuevo con lo clásico. Nuevos muñecos y peluches como Rilakkuma. Siempre la música de fondo: ¿porqué siempre debemos añorar lo viejo? Sí, Edith Piaf es hermosa, todo lo de las Valquirias y los Nibelungos de Wagner, sí, la música concreta y lo barroco pero también el último jungle recién salido de los estudios de Londres, los comebacks de los idol groups de Korea. Claro, nosotros le llamamos K-pop, allá ellos le llaman idol groups. Es hermoso todo lo que tiene que ver con el K-pop, hay muchos términos: las maknaes, los comebacks, las sub-unidades, el bias, el hiatus. Ser experto ahí pero no quedarse ahí: está el jazz, el trance de Holanda, el rock de The Y Axes de San Francisco.
El diletante cultural siempre va sacando los ases debajo de la manga, debajo de su blazer fino, de su hoodie Vans blanco.
Todo lo obtenemos de afuera y como dijo Coco Chanel: lo más importante en la vida es gratis y lo segundo más importante en la vida es carísimo. Y sí. Está la moda, las lociones, los cuellos plisados, los tenis de suela gorda de Valentino, las bufandas Burberry, el estilo, el maquillaje. Es pintarse las uñas, es lo hermoso de lo binario, es derribar estereotipos, es simplemente ser auténticos. Que los hombres usen falda, como esa de lino escocés que una vez usé y aun tengo en mi armario.
Sí, la revolución de los colores.
Esto fue un 0,001% de todo. Algo le quedará a alguien, alguien tal vez ahora al final esté sonriéndome. Lo logré.
Economista bilingüe (español - inglés), con especialización en Finanzas, Master in Business Administration Internacional (MBA) y amplia experiencia en el sector financiero. Inscrito en el Registro nacional de personas certificadas en Inglés y en el Registro Nacional de Profesionales del Mercado de valores, con especialidad en renta fija y derivados. Docente de asignaturas financieras, económicas y matemáticas en Pregrado. Columnista. Actualmente me desempeño como trader de renta fija pesos en Corficolombiana.
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