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-¿A cómo vendes 20 contratos de 31s de los de Diciembre?- le preguntó el cliente a Emilia, apurando la negociación porque ya se aproximaba la hora de cierre del mercado. Emilia estaba con otra llamada, ya que estaban en la OPA de una empresa de alimentos, estaba recibiendo unas órdenes, y no le podía contestar tan rápidamente.

-Tengo a 113,8 pero es indicativo, tendría que confirmar si puedo comprar el spot, mira que no hay liquidez ahora luego del dato de decisión de tasas- le respondió ella.

-No, olvídalo, quedo off. My risk, te llamo luego mejor- y le colgaron. Así iba Emilia, cuadrando mil negocios. Tenía que salir corriendo a la estación de Transmilenio porque era el día de clausura del colegio de su hija de 6 años. Ella le había prometido no faltar, su pequeña bebé tenía que disfrazarse de pastor (no castor, como el famoso comercial de televisión, vamos castores vamos), le habían pintado bigote y barba, típicas alpargatas y pico’e gallo. Eternas obligaciones de niñeces que se esfuman, que nunca son lo suficientemente largas.

Fue corriendo a la estación de la calle 72, no sin antes comprar un agua con gas, un ramo de flores, unos Halls y un Toblerone grande, su chocolate favorito, para regalárselo a su hija. Iba retrasada unos quince minutos y no imaginan cuánto rezaba ella para que ese lapso de retraso no se aumentara más. Tick, tack, tick, tack. Digamos que por eventos antiprovidenciales, la ruta que iba hasta Calle 146 se retrasó más que las otras, debido a arreglos en la vía. Luego varios minutos pudo meterse por fin en el articulado.

Cuando llevaban unas cuadras de recorrido, se subió un improvisador, uno de estos magos que veo siempre en Transmilenio quienes, con una caja de sonido y bastante ingenio, le lanzan líneas ahítas en picante a los pasajeros. Los troveros de la Bogotá urbana. Empezó a sonar la música, con un ritmo de base una canción del grupo La Etnnia.

 

Vamos, mi gente, ahí vengo yo a cantarles

Con estas tonalidades su humor deleitarles

Pero a quién veo aquí, a esta reina de belleza

Qué mujer tan linda pero cómo así este señor

Ese señor que va al lado que parece un malhechor

No mentira, señorita, era con humor

No quiero que se le opaque a usted esa belleza

Ese señor para mí que tiene pereza

 

Una de las eternas armas para evadir la sociedad es hacerse el dormido, ella aplicó eso para ver si podía despejar su mente estos minutos, a ver si ocurría un milagro y alcanzaba a llegar donde su hija a tiempo. Qué cosa. Pero bueno, la energía de este man improvisador la desarmó, no pudo evitar sonreír, darle cinco mil pesos y tampoco pudo evitar mirar hacia la derecha para ver quién era el señor malhechor que tenía pereza. Ahí estaba él, Patrick, con toda la atención puesta en el gran cantante del momento, muerto de la risa y haciendo ademanes como tratando de decir “cuáles, yo no tengo pereza, jajaja”. Emilia no pudo evitar sonreír y en esas miró el libro que Patrick llevaba en su regazo. “Problemas de la psicología y la crianza en pleno siglo XXI: cómo afrontarlo”.

Wow, el señor de al lado o era un psicólogo o le interesaban esos temas. Tenía una sonrisa que, dentro de los parámetros normativos de la belleza, cuajaba dentro de lo medianamente aceptable. Era una forma de decir, para ella, que él en verdad se reía muy lindo.

Sí, él sonreía muy lindo.

Pero ya, Emilia llegó a la estación Calle 146. Debía bajarse inmediatamente. Patrick comedidamente le dio permiso para que ella pasara.

-Uy, ella huele a Pleats please, de Issey Miyake, wow- dijo él para sus adentros.

 

(…continuará…)

 

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