En estos días fui a la biblioteca de mi Javeriana y saqué un libro prestado. Bueno, de hecho saqué dos, y en verdad me hacía mucha falta ese espacio. En todos los lugares y ámbitos sociales tácitamente se pide o se recomienda que la gente hable, menos en las bibliotecas: ahí precisamente se le pide a la gente que no hable, que se quede callada. Decirle a alguien que no hable: eso ya de por sí es maravilloso. Nada más revolucionario y disruptivo.
Siempre que estoy en una biblioteca me acuerdo de cuando estuve en Berlín: caminaba yo por la puerta de Brandenburgo y me encontré un bello sitio, el “Raum der Stille”, la sala del silencio. Es un pequeño cuarto en el que se le rinde homenaje a las víctimas de la Guerra. Uno entra ahí y sí, todo es absolutamente silencioso. Cada vez que oigo o leo algo relativo al silencio, se me viene a la mente ese pequeño y acogedor lugar.
Bueno, lo que les contaba es que saqué dos libros. Uno fue “Nana” de Emile Zola, el cual deberé renovar porque no he avanzado. El segundo libro que saqué me dejó literalmente sin palabras: “Memorias de un loco” de Gustave Flaubert. Es decir, ya había leído 3 libros de él, en verdad es uno de los escritores que más amo, luego me enteré de que estas memorias fueron escritas en 1838 cuando él tenía apenas 17 años, era un abrebocas de todo lo que vendría después. El abrebocas para su obra magna “La educación sentimental” (sí, más que Madame Bovary en mi opinión).
El título es provocador, polémico y plantea varias consideraciones existencialistas. Como se puede ver, son memorias, no es una novela, cosa diferente a otro que leí a la par, que les recomiendo: “Marina”, el bello libro de la Barcelona de los años 20 escrito por Carlos Ruiz. ¿Será que él es de los mismos Ruiz que yo? Vayan y busquen esta bella novela, no podía callarlo.
Respecto a las memorias de un loco, apunté varias cosas como las siguientes: “Lo que gané en vanidad y descaro lo perdí en inocencia y candor”. O esta joya: “De niño, me gustaba todo lo que puede verse; de adolescente, lo que puede sentirse; de adulto, ya no me gusta nada”. Ay Flaubert, es políticamente correcto decirte que estoy de acuerdo contigo, me toca decir que no, además ya he generado polémica por eso; pero lo que sí es incontrovertible es que escribes hermoso.
Cuando saqué el libro todo empezó impecable, el proceso de leerlo era muy bacano, sin embargo empecé a sentir algo de ansiedad, ya que como el libro no era mío, pues no podía rayarlo. No podía subrayar, dibujar muñequitas en las esquinas, no podía escarcharlos ni forrarlos, no podía pintar con mis colores algún título, no me resultaba permitido pegarle stickers de LOL o de Marvel, qué tortura. En verdad el tener este libro tan hermoso y no poderlo intervenir equivalía a tener una torta de maracuyá y no poderla saborear. Fue un gran sacrificio para la humanidad, nada podía ser perfecto.
Y aquí va la conclusión de la historia: ir a la biblioteca es lo más delicioso, que toque no hablar es más delicioso, que me presten libros también lo es (es más, hoy saqué otros más incluido uno de la historia de la literatura). Pero no poderlos besar, echarles mi loción de Jean Paul Gaultier “Beau” que me aplico para mí, no poderlos pintar pues es algo que genera en mi un grado importante de ansiedad e impotencia. Lo bueno es que todo quedó escrito en mi cuaderno. La angustia ante lo hermoso.
Y sí, la vida sigue y la literatura le sigue ganando a todo. La convivencia con los libros, así no se puedan pintar, sigue siendo más sublime que la convivencia con el homo sapiens.
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