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El caso de la destitución del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, ha dejado en evidencia la corrupción y el tráfico de influencias. Además, que estamos ante un país que improvisa en materia de justicia, pues cuando se presenta un caso como este, nadie sabe exactamente quién tiene la razón, ni cuál es el camino a seguir para dictar justicia y ejercerla manera equilibrada.
 Pero en medio del caos en la administración distrital y del tire y afloje entre defensores de Petro y seguidores del Procurador Alejandro Ordóñez, a quien algunos califican como hacedor de mandados del expresidente Álvaro Uribe, la capital colombiana y el país en general, han comenzado tener algunas consecuencias favorables de este amargo episodio. Es decir, a pescar en río revuelto.
 El beneficio más importante que trae este escándalo, es que las partes han comenzado a sacarse los trapos al sol y a denunciarse mutuamente, tal como ha venido sucediendo con el carrusel de la contratación de Bogotá, que ha dejado al descubierto los altos niveles de corrupción, hasta el punto de que reparten mordidas hasta por tapar un hueco en las calles de la ciudad.
 También se ha evidenciado que la operación de la justicia está dividida en dos bandos: unos jueces, magistrados, tribunales y entidades de control público del lado de la izquierda y otros del lado de la derecha.
 Entre las denuncias que van y vienen, los colombianos han escuchado una andanada de quejas por tráfico de influencias: que los magistrados tales y tales tienen a sus familiares trabajando en la Empresa de Acueducto y Alcantarillado. A su turno, los que están del lado de Petro dicen que muchos de quienes tienen procesos en su contra, pendientes en la Procuraduría, están defendiendo a Ordóñez, con el fin de que el jefe del Ministerio Público los trate bien. Y hay muchas más acusaciones y van y vienen, cada una con buen pedazo de razón.
 Da lástima y vergüenza lo que está pasando en Bogotá, pero ojalá que esta trinca jurídica lleve al país a seguir descubriendo y confirmando lo que siempre nos hemos imaginado: que la corrupción, el tráfico de influencias y el descaro de muchos de quienes manejan el país no tienen escrúpulos a la hora de buscar el interés particular y no el general. Y por ahí derecho, otros aprovechan para apropiarse de los recursos del Estado, mientras la salud y la educación, por ejemplo continúan en crisis. Que siga el destape.

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