Cooabejorral es la muestra de convertir crisis en oportunidades
Cuando hacen sus diligencias en sus modernas sedes de Abejorral, La Ceja y Sonsón, los miles de asociados y ahorradores de Cooabejorral no se alcanzan a imaginar las duras y las maduras que hubo que pasar para que ellos tuvieran hoy esa comodidad, que muchos valoran hasta considerarla un verdadero privilegio.
Lucelly Jaramillo Jaramillo y Luis Norberto Rodríguez Londoño, directivos de Cooabejorral. Foto Juan Arango.
Es que en 60 años que cumple este año, la Cooperativa de Ahorro y Crédito Juan de Dios Gómez Cooabejorral pasó literalmente de la mula al jet: de la bestia que montaba el padre Román Gómez Gómez en las veredas para convencer a los primeros asociados, que juntaron un primer capital de $5.308 pesos, a una entidad con un patrimonio de más de $30.000 millones, un creciente número de asociados que pasa de 8.000, y cuyo futuro pinta halagador para este municipio y para todo el Oriente antioqueño.
Lo bonito del cuento es que el orgullo no radica en el crecimiento y sus cifras, sino en la forma como se ha hecho, el proceso con el cual se ha logrado. Esto es, un desarrollo de la mano de los asociados y de Abejorral mismo, lo cual confirma que por las venas institucionales corre sangre plena del espíritu del cooperativismo: uno para todos, todos para uno.
No fue tarea de un día, ni siquiera en sus inicios. Fueron arduas las jornadas del padre Román hablándoles a los campesinos de ese modelo llamado cooperativismo, que para él constituía en ese momento “la salvación de la patria”, entonces apenas saliente de la violencia política que diezmó los campos colombianos. Los frutos se ven hoy, pero es una obra que se hizo lentamente, con mucha insistencia, con entrega y con variados y grandes sobresaltos en el camino.
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Desfile de memorias
El origen humilde es otro de los orgullos de siempre de Cooabejorral: “Un grupo de campesinos a pie limpio, gente del común”, describe Fernando González Correa, uno de sus principales líderes.
Cada uno ahorraba 5, 20, 50 centavos (centavo = 1/100 de peso), y todos tenían lo que entonces era su libreta, que daba cuenta de sus aportes y el estado de sus ahorros, llevada en fina caligrafía por la oficinista de la sede.
Así fue todo en los inicios: despacho en un local prestado por la parroquia, que también cedió un par de escritorios. El mobiliario corrió por cuenta de donaciones de los primeros asociados: una sumadora por aquí, una silla por allá, algún elemento para decorar el espacio exiguo.
De allá pasaron a otro pequeño local que antes ocupara una farmacia y actualmente es un bar, de donde salieron de nuevo para el local de la iglesia, pero esta vez en calidad de arrendatarios, y allí estuvieron más de 40 años.
Lucelly Jaramillo Jaramillo, la actual gerente, destaca la lealtad y el sentido de pertenencia de esos primeros asociados y de los que les siguieron por cuatro décadas: “los primeros 44 años no se pagaban intereses a los ahorradores, y aún así la gente traía sus recursos a la cooperativa, a pesar de que tampoco teníamos un portafolio tan amplio”.
Vientos de cambio
Así como a finales de los 90 todos los vientos arreciaban en contra, en los primeros años de este siglo, aunque todavía sin amainar el temporal, comenzaron a alinearse astros más favorables para la entidad.
“Lo mejor que le pudo haber pasado a la cooperativa fue la llegada del párroco José Olimpo Gil Cardona, procedente de San Carlos, gran conocedor y enamorado de la economía solidaria. Él fue quien visionó la cooperativa para convertirla en una empresa”, señala León Edgar Jaramillo Patiño, miembro suplente del Consejo de Administración de Cooabejorral.
“Ustedes no saben lo que es una cooperativa, no saben qué negocio tenemos. Se han ganado la confianza de los abejorraleños durante 40 años, pero esto hay que manejarlo mejor”, recuerda Jaramillo que le decía el padre José.
El primer objetivo fue la estabilidad financiera, muy golpeada por la crisis: “si queremos tener un objetivo social, primero tenemos que trabajar en la parte económica. Cuando no hay plata no se pueden cumplir expectativas en el campo social”, sentencia Jaramillo.
Ni siquiera cobraban los aportes sociales
Se encontró entonces que había atrasos institucionales y tecnológicos. “Ni los aportes sociales se cobraban”, relata el consejero. Según la gerente general: “el manejo era familiar, cercano, tipo casero. Se concedían préstamos casi sin pedir la cédula, porque quienes llegaban eran todos conocidos y amigos de la cooperativa. Solo se guardaba un pagaré, y ya”.
Así que, con grandes esfuerzos, en 2002 se volcaron a la transformación. Lo primero fue la sistematización, pues hasta entonces todos los procesos de la entidad se llevaban manualmente.
Eso trajo confianza y más asociados, y a los dos años se comenzaron a pagar intereses a los ahorradores, lo cual hizo a la cooperativa todavía más atractiva.
Simultáneamente, los miembros del Consejo de Administración hicieron varias giras para conocer buenas prácticas de gestión en otras cooperativas, se creó un portafolio de servicios y se dio la integración a la Fundación Solidaria del Oriente Antioqueño (Fusoan), compuesta entonces por ocho cooperativas en condiciones similares.
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