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A pesar de los señalamientos mutuos, aquí no hay inocentes. Todos somos culpables, en mayor o menor medida, de este tipo de restricciones que tienden a reaparacer en cualquier momento.

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No hay duda. Los problemas del vecino son de él y nunca los vemos como una posibilidad cierta para nosotros. Tal es el caso de las medidas tomadas hace unos meses en Medellín por cuenta de la calidad del aire en esa ciudad, y que jamás pensamos también serían tomadas en Bogotá.

Sorpresa grande nos llevamos los capitalinos cuando, sin mayor antelación, se nos anunció la radical medida de implementar el pico y placa para todos los vehículos particulares durante el pasado fin de semana.

La medida, más allá de la impopularidad que generó, fue necesaria, con los altos impactos que ello tuvo sobre la economía de la capital y la movilidad de los ciudadanos.

Hoy, después de haberse levantado la restricción, nos caben varias reflexiones.

Por un lado, en el balance de pérdidas y ganancias, perdió la población en general, el comercio, la industria, muchos trabajadores que dependen del vehículo para su sustento, los conductores de Uber, etc., y muy pocos se vieron beneficiados: taxistas, transporte público y el mismo TransMilenio.

 

“Esta clase de medidas suelen ser impopulares pero necesarias”.

 

Lo paradójico, y no hablo como usuario de carro particular, es que gran parte del problema es generado por aquellos que se vieron beneficiados con la iniciativa. Así, las chimeneas ambulantes y los buses de TransMilenio que, en su mayoría, parecen emitir carbón circularon libremente, y operaron normalmente las industrias con maquinaria altamente contaminante, si bien la noticia de que algunas de ellas fueron cerradas cayó bien entre la opinión pública.

Con la restricción, parece que se envió un mensaje acerca del uso del carro: se debe usar menos. Y esto, inevitablemente, revivió  la polémica de que si se disminuye a la mitad el tiempo de uso del carro, los impuestos deberían bajar en esa misma proporción. Sin embargo, este no es el verdadero problema.

De fondo, el tema es que aquí no hay inocentes. Todos somos culpables, en mayor o menor medida, pero culpables, así haya pasado momentáneamente la tormenta.

 

“De fondo, el tema es que aquí no hay inocentes. Todos somos culpables, en mayor o menor medida, pero culpables, así haya pasado momentáneamente la tormenta”.

 

La ineficiencia gubernamental evidenciada en su imposibilidad para gestionar un sistema de transporte masivo eficiente y respetuoso del medio ambiente; la increíble miopía de los encargados de vigilar el tránsito, que son los únicos que no ven las chimeneas móviles que inundan nuestra ciudad; la rampante corrupción que permite que se certifiquen, como hábiles para transitar, miles de vehículos a pesar de su impacto negativo en la calidad del aire:, la priorización de la rentabilidad sobre la responsabilidad social de los dueños de las empresas que contribuyen con el deterioro del aire; las disfrazadas decisiones acerca de la reposición de la flota de TransMilenio; el incremento descontrolado en el uso de las motos, y el masivo uso del carro particular son tan solo algunas de las acciones que nos pusieron en esta situación que puede repetirse en cualquier momento.

Lo que vimos fue apenas la punta del iceberg. Puede ser peor. Sin embargo, la solución es muy sencilla: si todos ponemos, salimos del pozo. La pregunta es, además de los ciudadanos comunes y corrientes, ¿los otros actores del problema están en posición de poner? Quisiera equivocarme, pero los intereses son grandes y el margen de maniobra poco.

 

Omar Alonso Patiño
Director Departamento de Gestión y Organizaciones
Profesor pregrado en Administración de Empresas
Universidad EAN

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