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Cuando hablamos de una burbuja financiera, nos referimos al crecimiento excesivo en el precio de algún o algunos activos, o en el volumen de transacción de los mismos. Esto inicialmente se refleja en un periodo de bonanza que no va a la par con el crecimiento de otros activos comparables. Eventualmente el activo o los activos terminan sobre valorados (pagamos más por ellos que lo que realmente valen) y en el momento de corregirse la sobre valoración vienen situaciones traumáticas. Es así como la burbuja financiera es un abrebocas a una futura crisis económica que se empieza a sentir cuando la burbuja estalla.

En el caso de Estados Unidos, la burbuja financiera se empezó a inflar desde comienzos de la década del 2000, y se observó principalmente en el sector hipotecario. Tanto las transacciones por viviendas como sus precios empezaron a crecer de manera exagerada. La creación de la burbuja inició con un periodo de tasas de interés particularmente atractivas (tasa de intervención de la Fed en 1,0% – Gráfica 1) para que los consumidores tuvieran acceso a facilidades crediticias y así se incrementaran las oportunidades de adquirir su propia vivienda.

Efectivamente el incremento de las solicitudes hipotecarias y de las ventas de inmuebles generó un aumento en los precios de las viviendas, que inicialmente fue muy leve y poco notorio, pero que luego se intensificó. En este punto, no solo la valorización de las viviendas era un atractivo para los consumidores que podían pronosticar una ganancia futura en dado caso que vendieran su propiedad, sino que el aumento del crédito fácil hacia que la burbuja se siguiera inflando con el acceso de más y más participantes.

La facilidad de adquirir un crédito abrió la posibilidad de crear “innovaciones” financieras, es decir nuevos instrumentos de negociación con un mayor riesgo inherente, que para el caso de Estados Unidos, se traducen en los créditos subprime y sus diversas clases de titularizaciones que son negociadas en el mercado financiero. Es así, como la burbuja llega a su nivel más preocupante, porque a medida que las negociaciones de los nuevos instrumentos financieros aumentan, y los precios de la vivienda no paran de crecer, los expertos y muchos participantes del mercado empiezan hacer advertencias sobre experiencias pasadas.

Finalmente la burbuja se infló tanto, que en el año 2006 se empezó a desinflar con una caída sustancial de los precios de la vivienda y con una salida del mercado de algunos participantes que empezaron a vender esas “innovaciones”. El problema de fondo es que las hipotecas resultaron ser más riesgosas de lo que los compradores de las hipotecas o de los títulos respaldados en ellas pensaban. La realización de ese riesgo llevó a que las hipotecas o los bonos hipotecarios perdieran rápidamente su valor. Con ello, los poseedores de estos instrumentos comenzaron a sufrir grandes pérdidas. Fue así, como a finales del año 2007 la burbuja hipotecaria estalló cuando los consumidores dejaron de pagar los créditos hipotecarios dado que las tasas de interés se incrementaron considerablemente (Gráfica 1), empezaron a vender sus inmuebles a unos precios que continúan descendiendo y la escasez de compradores generaba un pánico inmenso, que poco a poco ha ido invadiendo la economía global.

Entidades financieras que tenían estos instrumentos en su portafolio fueron experimentando pérdidas, desencadenando una de las más grandes crisis financieras en la historia reciente. Desde entonces las autoridades de EEUU han venido haciendo grandes esfuerzos por evitar que la crisis golpee de manera exagerada al sector real.

La primera intervención de la Fed, el Banco Central de Estados Unidos, fue en marzo del presente año, con la caída del quinto banco de inversión más importante de Wall Street, Bear Stearns. La Fed por un lado le dio un crédito de 30.000 millones de dólares a J.P Morgan Chase para que comprara a Bear Stearns, y por otro lado abrió la ventanilla de descuento a las firmas que tuvieran problemas de liquidez, para evitar el famoso “efecto dominó” que podría contagiar a otras instituciones financieras.

Efectivamente, el rescate de Bear Stearns fue tan solo el comienzo de un debacle bancario similar al vivido en la Gran Depresión, ya que 6 meses después, las instituciones hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac fueron las siguientes víctimas. El rescate consistió en la inversión de 100.000 millones de dólares a cada una de las empresas, siendo la Agencia Federal de Financiación de Vivienda la encargada de gestionar estas entidades provisionalmente.

El 15 de septiembre, la crisis seguía contagiando a las demás entidades financieras, siendo en este caso Lehman Brothers y Merrill Lynch los protagonistas de la historia. Por un lado, el banco de inversión Lehman Brothers se declara en bancarrota y se acoge al Chapter 11, que en términos colombianos equivale acogerse a la Ley 116 de 2006. Por otro lado, el Bank of America anuncia la compra de Merrill Lynch por un total de 50.000 millones de dólares, después de que las acciones de Merrill Lynch cayeron 36% en la semana previa a la negociación.

Los acontecimientos continuaban inyectándole pánico a la economía, dado que el 16 de septiembre, la Fed anuncia la cuasi-nacionalización de la mayor aseguradora del mundo AIG, asumiendo una participación del 79,9%. El paquete de ayuda consiste en un préstamo de 85.000 millones de dólares a un plazo de 24 meses, teniendo como propósito cubrir el déficit generado por el impacto de hipotecas provenientes del crédito fácil. Sin embargo, este día no termina con una solo noticia, ya que el banco británico Barclays anuncia la adquisición de Lehman Brothers, por un total de 1.750 millones de dólares en activos comerciales, la sede de New York y dos centros de tratamientos de datos en New Jersey.

En la mañana del 26 de Septiembre se anunció la quiebra de Washington Mutual uno de los bancos más grandes del país, y el más grande en el mercado hipotecario. El banco fue intervenido por las autoridades y su actividad fue vendida a J.P. Morgan Chase.

Al cierre de la semana pasada, la Comisión de Valores de Estados Unidos (SEC) tomo la medida de prohibir temporalmente las ventas cortas de 799 acciones financieras que se negocian en Wall Street. La medida inicialmente culminará el 2 de octubre, con posibilidad de extenderse 10 días más, dado que la medida solo puede durar 30 días calendario. Esta medida se hizo efectiva, después de que la Autoridad de Servicios Financieros de Gran Bretaña impartió una medida similar, la cual prohíbe las ventas cortas de títulos financieros por cuatro meses, medida que elevó las acciones financieras más de 40%.

Si bien las intenciones del Gobierno estadounidense por rescatar el mercado financiero han tratado de sobrellevar la crisis, que no solo refugia en Estados Unidos sino en la economía mundial, el pánico de los inversionistas y de los participantes del mercado continua, y no sabemos hasta cuándo y en que profundidad.

La salvación más cercana para el saneamiento del sector financiero está en manos del Congreso de Estados Unidos, quien finalmente es el encargado de aceptar el paquete de rescate por 700.000 millones de dólares. Si se acepta el plan de rescate propuesto por Bernanke y Paulson (Presidente de la Fed y Secretario del Tesoro Americano, respectivamente), se puede esperar una leve recuperación de los mercados en el mediano plazo, ya que la economía contaría con insumos para reacomodarse y ya sea enfrentar o salir de la crisis actual.

La pregunta que nos surge en medio de tantos rescates es, si verdaderamente la crisis o “el derretimiento total del mercado financiero”, como dijo Paulson, se culminará después de inyectarle 700.000 millones de dólares al sistema financiero. Muy posiblemente la demora de dar un si al plan de rescate precisamente es la incertidumbre que viven los parlamentarios al no estar seguros si ese monto es suficiente, si en realidad cubre las perdidas del sector financiero y si realmente es equitativo, teniendo en cuenta que no solo las grandes compañías son las más afectadas, sino que muchos de los estadounidenses han tenido que abandonar sus viviendas por la falta de liquidez, la falta de empleo y la falta de confianza en el Gobierno. El trámite del paquete de rescate se encuentra en este momento estancado. Incluso en el mismo partido republicano (el partido ponente del proyecto) hay una gran división en torno a su conveniencia.

El pánico y la incertidumbre mundial se pueden observar en el índice VIX, el cual mide la aversión al riesgo sobre el índice accionario S&P 500, capturando las expectativas de volatilidad en el corto plazo. Si bien en lo corrido del año, la aversión al riesgo se ha incrementando, aún hay espacio para que el VIX llegue a niveles observados en el año 2002, cuando Estados Unidos presenció un debilitamiento económico después del ataque terrorista del 9/11.

En consideración al índice VIX y a las crisis económicas generadas por burbujas financieras en épocas pasadas, muy probablemente la crisis que actualmente estamos viviendo no ha tocado fondo, o que al menos su final no está muy próximo.

En resumen

EEUU vive una de las crisis financieras más grandes en su historia, y esta se presenta como una de las más grandes en el mundo. El Banco Central y el Gobierno han intentado reducir el impacto de la crisis utilizando varios instrumentos. El último es la propuesta de un paquete por 700.000 millones de dólares para adquirir activos hipotecarios que se está debatiendo en el congreso, pero frente a la cual hay muchas posiciones encontradas.

El gran debate que se está dando tiene que ver con el control del riesgo moral que se asocia a los rescates. Desafortunadamente, y en esto los Latino Americanos somos expertos, este no es el momento para contener el riesgo moral. Por regulaciones laxas se llegó a esta situación, pero una vez se está en ella hay que buscar una salida. Desde luego que es importante contener el riesgo moral y las malas prácticas bancarias, pero eso es un tema a futuro. Adaptar la regulación prudencial y la supervisión a las nuevas realidades es el camino hacia ello. Pero en este momento, el problema es otro: evitar una corrida de los depositantes y una posible quiebra generalizada del sistema financiero que tenga impactos monumentales sobre la estabilidad económica de EEUU y por ende del mundo.

Se oyen en EEUU las mismas críticas que hemos oído en estos lados: “las pérdidas de los bancos se socializan pero no las ganancias”. Con este argumento muchos grupos se han opuesto a los rescates. Desafortunadamente las crisis financieras siempre terminan teniendo una resolución fiscal. De una u otra manera los contribuyentes terminan pagando un costo. Pero hay que entender que es lo que pagan. No es precisamente el costo de salvar a unos bancos, es más el costo de evitar una quiebra generalizada que lleve a una recesión extremadamente profunda donde todos pierden. Sin embargo es cierto que la ganancia la explotaron también los contribuyentes por las vías de mayor crédito y menores tasas de interés en la bonanza. La política a futuro debe estar orientada a estabilizar los ciclos crediticios, de manera que las ganancias de todos en la bonanza sean menores, pero así se evitarían los costos excesivos en la turbulencia.

De todas maneras los inversionistas y los clientes han empezado a castigar otras instituciones financieras como Wachovia Corp, Fortis…. y bajo este ambiente de incertidumbre la pregunta que surge es: Quién sigue en Wall Street?

 

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