@cgalvarezg
A un gobierno amante de los indicadores, que había aplicado a sus ciudadanos una permanente dosis de estadísticas positivas, le toca ahora, con nuevo asesor de comunicaciones a bordo, enfrentar las secuelas del grave daño que “la tormenta” de la Reforma a la Justicia ha causado a la Marca País.
Con el hundimiento de esta aviesa iniciativa, naufragan también miles de dólares invertidos en fortalecer la imagen de Colombia, se relativizan los buenos efectos diplomáticos del primer mandatario y se da un golpe infame al pendular optimismo de los ciudadanos.
Los resultados de las encuestas de Datexco y de Gallup noquean la percepción que se tiene sobre el sector público y a la lona caen los tres poderes. No se sabe cuánto tiempo les llevará levantarse en la confianza de los habitantes de un mundo globalizado, para no afectar negativamente factores como la tromba de Inversión Extranjera Directa, la avalancha de TLC y una posición de solidez que tanto le ha costado en manualidades a varios gobiernos.
Porque es claro que en la construcción de la fortaleza de una Marca País, un trabajo en el que Colombia se empeña en enfocarse únicamente en las ventajas turísticas y en el buen rédito de los negocios, el sector público juega un papel determinante y definitivo. No en vano, al considerar las dimensiones del CBI (Country Brand Index), es clave la prevalencia de la denominada “Sistema de Valores”, sobrepuesta, incluso a Calidad de Vida, Aptitud para los Negocios, Patrimonio y Cultura y Turismo. “Cuando un país es reconocido como un lugar en donde las personas pueden vivir libremente –-señala el informe de FutureBrand 2011- 2012–, donde se defiende el Estado de Derecho, donde se respetan los negocios y donde se confía en las instituciones, las marcas se hacen más fuertes”.
La dimensión pilar “Sistema de Valores”, tiene atributos como Libertad Política, Tolerancia, Marco Legal Estable, Libertad de Expresión y Amigable con el Medio Ambiente. En el trasfondo de ese entramado radica la confianza en las instituciones, que después de este asunto en el Congreso, ha caído en picada.
Pero el golpe más duro, el verdadero mamonazo, ha sido propinado a la credibilidad y el optimismo nacionales, que viven prácticamente en estado de coma, estragando en la conciencia colectiva no sólo la imagen del país, sino la confianza en sus dirigentes. En el ya confuso imaginario nacional resulta bastante difícil consolidar varios asuntos: opciones de tareas ciudadanas, evidencia de la necesidad de derrotar el afán de aprovechamiento del Estado por parte de personas o camarillas, apalancamiento de una visión colectiva que desvertebre la plaga del individualismo y ejercicio equitativo de los derechos y los deberes sociales.
Para pesar de muchos, esta comedia de errores y malicias de las dos últimas semanas, sólo extiende una patente de corzo a la ley de la selva, al sálvese quien pueda, al cómo-voy-yo-ahí y al imperio de la violencia como factor de poder.
El país está haciendo una parada en el recorrido que Bogotá viene cumpliendo desde hace varios años. La ciudad imaginada, la orgullosa urbe que manufacturaron alcaldes como Mockus y Peñalosa, se ha venido despeñando en forma atroz. Hoy cada ciudadano está habitado por un incrédulo espíritu, que mira con suspicacia a mandatarios e instituciones, y cree que esta ciudad va de mal en peor. Con el sector público a la cabeza.
Ese mismo sector público se ha enfangado en la imagen país. Los datos de las encuestas, que habían servido para cabalgar en el triunfo, hoy fungen como tabla de desesperanza. Allí se amasan esta lacra de la Reforma a la Justicia con el orden público, la crisis del sistema de salud, para el que vienen días nefastos, y la situación económica, que se siente muy diferente en el bolsillo del pueblo.
Rudolf Hommes manifestaba que en momento de asco como este, dan ganas de no ser colombiano. La Marca País se deteriora afuera y adentro. Ahora sí se vuelve desafiante gobernar. Lo mismo que convertir la materia prima de la indignación en responsabilidad y compromiso ciudadanos.
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