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Cada 23 de abril, una fecha en la que tampoco pudo haber muerto don Miguel de Cervantes Saavedra o Cervantes, para los amigos, se celebra el Día del Idioma. En Bogotá la conmemoración resulta particularmente propicia, pues se hace en el marco de la 25ª Feria Internacional de Libro de Bogotá, un escenario natural y fecundo para la palabra.

Quienes además de tener el español como instrumento de vida, nos regocijamos con su buen uso, simplemente asistimos al festejo de una paradoja. Este cuarto idioma más hablado del mundo, que puede recoger una cosecha de 120.000 títulos en la feria mencionada, se aboca a otra batalla que se anuncia perdida. En la tecnología, en el uso diario de los jóvenes, no sólo esta siendo sustituido por una jerga inefable, sino que ha comenzado un precario camino de involución. Cada vez es más reducido el número de palabras que manejan los estudiantes, deleitados en muletillas procaces, especialmente en la universidad, donde se dan diálogos como este:

–Uy, ‘arica, ¿si vio lo de Ublime?

–Sí, ‘ueón.

–No, ‘arica.

–Sí, ‘ueón.

Alguien podría pensar que no puede ser otro el destino de un idioma que en 1534 tenía vetado el transporte de la imaginación. La Corona prohibía que en las naos se embarcaran novelas y material calificado como profano y fantasioso. Claro que la talanquera básica estaba en las mentes de los conquistadores y sus ejércitos de analfabetas, únicamente iluminados por los frailes que tenían el conocimiento de esa lengua romance, y en ella escribieron magníficos tomos, en los que contaron esa gesta de conversión y masacre que de tan increíble, siglos después sería leída como una fábula.

Pero la verdadera conversión se ha dado en quienes guardamos el idioma como un tesoro irrepetible. Nos negamos a dejar de usar palabras “raras”, como llaman ahora a todas aquellas que no son comunes, más o menos, un 80 por ciento del acervo. Alguien, algún lector o iniciado, se tomará la molestia de ejecutar la que era una práctica pretérita: consultar en el diccionario el vocablo desconocido y atesorar su significado como una forma nueva de decir y escribir la vida.

Esa gente de Cervantes, como la denomino parodiando el título del buen libro de Juan Ramón Lodares, ha velado en la puerta del templo del idioma. Han sido guardianes de su buen uso, y al mismo tiempo pedagogos e inventores de nuevas palabras, unas más cómodas para decir cualquier vaina, otras maravillosamente gestadas como aportes de ingenio y retozos de la lengua.

Aunque esa posta ha quedado en manos de personas valientes como Soledad Moliner y Fernando Ávila, tuvo centuriones que invirtieron su tiempo y sus ojos en guardar el idioma que traficaba la prensa, desde sus redactores hasta sus lectores. En la lista está Argos (Roberto Cadavid) que escarbaba en la olla del trajín periodístico y encontraba gazapos gramaticales que guardó afable en columnas y libros.

Y estaba el gran Gonzalo González. Maestro de ausentes y presentes, utilizó el sinónimo de GOG como “comentarista de problemas humanos y problemas sicológicos del lenguaje”. Sus hijas Luz Ángela y Verónica publicaron hace poco el libro “Laberintos del Lenguaje”, que su exitosa y comunicadora hija Sonia me dio a conocer. Con el prólogo de Daniel Samper Pizano, reúne allí columnas y entrevistas de ese fragor amatorio que significó su relación con el idioma.

Leerlo recopilado es un deleite, únicamente comparable a recordarlo en sus conversas magistrales. GOG desgranaba el idioma como en función del trigo, encontrando orígenes y relaciones que convertían a las palabras en una verdadera cosecha. Pensaba que la literatura es más coqueta, que un logaritmo no te traiciona. Pero de una palabra puedes esperar cualquier cosa.

Quise recordar “Laberintos del Lenguaje”, de GOG, como una forma de celebrar el Día el Idioma con quien uno debe hacerlo: con los amigos. GOG lo era del español, sobre el que nos absolvió tantas preguntas con la maestría del sabio, la paciencia de un hombre dócil y el conocimiento de un ser formidable. “Formidable” que utilizo como “enorme” en su segunda acepción, porque su significado principal es “muy temible, que infunde pavor”. Y como dijo GOG, esa es una alta traición a nuestra fe.

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