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@cgalvarezg

Hace seis años y seis meses exactamente escribí en la columna de Portafolio impreso, una nota desesperada que titulé: “La ruina de Villa Adelaida”. Describía la pelotera en que se hallaban el Departamento de Planeación Distrital, el Ministerio de Cultura y su División de Patrimonio, la Unidad de Planeamiento Zonal (UPZ) de Chicó – El Lago – Refugio, la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Asociación de Cuidadores del Ambiente del sector y la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá por un proyecto de Contexto Urbano S. A.

La firma había concebido un desarrollo arquitectónico comercial y de restaurantes, con 371 parqueaderos subterráneos, comprendidos entre las carreras 5ª y Séptima, y las calles 70 y 71 de Bogotá. Tenía como colofón reunir los 4.000 millones de pesos de entonces, una cantidad nada despreciable que se necesitaba para salvar la bella casa que Agustín Nieto Caballero le encargó en 1914 al arquitecto Pablo de la Cruz, y que bautizó con el nombre de su esposa Adelaida Cano, para servir como sede temporal al Gimnasio Moderno. El último inquilino de la bella mansión había sido el Restaurante El Gran Vatel, con entrada por el 70 – 40.

Hace seis años y seis meses incursioné en la casa, que ya había iniciado su travesía penosa hacia la ruina. Algo quedaba de la escalera majestuosa. Nada más. Se desmoronaba como las personas se mueren por dentro, aunque mantengan una fachada eufórica. Creo que del proyecto se habló dos años más y terminó en la debacle de polémicas y cáscaras de argumentos, entre los cuales siempre estuvo la sombra de quien era supuestamente el entonces propietario del inmueble.

La casa está hoy abandonada. Fallece al final de un parqueadero concurrido gracias al fragor alimenticio del sector, abrigada por árboles que se están muriendo con ella. Nada queda por dentro. Contra su escuálida pared oriental hay un lavadero de carros. El techo es una piltrafa. Hace parte de la Bogotá en ruinas y están esperando que se caiga.

Pero no es el único caso. Como Villa Adelaida hay zonas enteras de la ciudad. El Bronx y San Bernardo, el Barrio Santa Fe. En Chapinero entre las calles 60 y la 57, un costado occidental que repite su pesar de abandono y desidia entre las calles 24 y 26. La construcción del bonito TransMilenio en la Carrera 10ª dejó a su paso edificaciones abandonadas y desocupadas, como le pasó al edificio que llaman “De Royne Chávez”, vigilado por soldados en la Avenida 39, unos metros arriba de la Carrera 13. Los cinemas de la 24 son hoy un muladar, que espera la pica para levantar sobre su recuerdo de películas una torre de 17 pisos. Ni hablar del Hospital San Juan de Dios, centro de un colosal proyecto de renovación urbana. Y ni entrar en el detalle de la precariedad de los andenes, alamedas y plazoletas que un día soñaron con otra ciudad. Ni lo que puede pasar en la Séptima peatonalizada a la ligera.

Creo que grandes sectores de Bogotá están abocados a la ruina, a la toma feroz y sucia por parte de pandillas y desadaptados, al saqueo de los pocos implementos que los lustraron algún día y al espanto de transeúntes y ciudadanos. Eso pasa por varias razones. Entre las cuales aflora lamentable la falta de una política de gobierno, que por lo menos permitiera conservar lo conservable, aunque esa salvación ya no remplace la extremaunción a la que están condenados Villa Adelaida y el Edificio Ponce, que se acaba de quemar. La Administración Distrital y la Secretaría de Hábitat han entendido las dimensiones de esa catástrofe y de la necesidad de planes de renovación urbana, que según el Plan de Desarrollo hospedarían 35.000 viviendas de interés social.

Todo ese movimiento sería posible habilitando al POT de Bogotá la denominada Ley de Vivienda, cuyo autor es el ministro del ramo, Germán Vargas Lleras. Permitiría subastar públicamente “edificaciones abandonadas, subutilizadas o no utilizadas en más de un 60% de su área construida cubierta, que no sean habilitadas y destinadas a usos lícitos”.

Mucha gente, muchos propietarios abandonan sus casas, para que la ruina justifique el proceso de demolición. Mientras tanto los sectores se pervierten, se vuelven zonas de miseria y hasta de tragedia. Como donde está Villa Adelaida, que un día no muy lejano verá como se derrumba de a poquito o toda, y el estruendo será como un vergonzoso adiós al pasado que no quisimos preservar.

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