“Colapsar” entró al lenguaje hace 10 años, con la fuerza maníaca de las palabras recurrentes. La caída de las Torres Gemelas obligó a usar este verbo con toda su fuerza dramática, en su acepción de “destrucción y ruina”. Desde entonces, varias actividades han pasado por el colapso o están a punto de colapsar, de acuerdo a su desmoronamiento o a su inminente parálisis.
Cuando se sufre el trancón en Bogotá, y se complementa la visión del desastre con el récord de ventas de automóviles y motocicletas, queda claro que el tráfico va a colapsar. Es decir, que muy pronto llegará un día en que los automóviles se quedarán parados en la vía, sin opción de movimiento, como en una película de ciencia ficción. La gente verá pasar las horas sin que el asunto cambie, y nadie puede prever lo que serán las reacciones de conductores, peatones y autoridades, en esa inmovilización que se convertirá en la apoteosis de la venta ambulante. Al llegar la noche, con las personas lejos de sus casas, la emergencia sanitaria, todo abandonado menos los carros y la irrupción cruel y masiva de los ladrones, los noticieros captarán escenas atribuibles al fin del mundo.
Hay otro colapso anunciado: el del sistema de salud. De no presentarse una intervención contundente y bienhechora, el día menos pensado va a colapsar. Los hospitales reducirán su atención a las urgencias sangrantes, y poco a poco comenzarán a cerrar sus puertas por falta de materiales, médicos y plata. Los diferentes mecanismos del sistema dejarán de operar, las ambulancias no activarán más sus sirenas de pánico porque no hay adónde ir, los médicos no atenderán la consulta. La gente comenzará su agonía en las casas y lo máximo que podrá lograr es que la trasladen a la calle. Y allí, sobre el asfalto y bajo la lluvia, compartirá la orfandad de la salud con madres gestantes y los heridos de las riñas. Sólo se espera que ese día no llueva y que no coincida con el trancón ya mencionado, porque ahí sí nos lleva el diablo.
Al trabajar intensamente en la asignación de espectro electromagnético y en la ampliación de la banda ancha, el MinTic no está justamente cumpliendo su Plan Vive Digital. Trata de evitar el colapso de las comunicaciones, que ya ha comenzado a anunciarse. Son esos momentos en que las llamadas celulares se caen y es imposible lograr la conexión de voz. El creciente tráfico de datos ha perturbado las redes existentes y por eso se necesita todo lo que se necesita. Y ojalá se mantengan alejadas las tragedias. Imagínense si el servicio celular colapsó el 7 de febrero de 2003, pasadas las 8 de la noche y luego de la bomba al Club El Nogal, ¿cómo será ahora que hay más celulares que habitantes en el país?
El tráfico por las vías nacionales viene colapsando desde antes del penúltimo invierno. Sobre el sistema de justicia se mece la roca que atormenta a Tántalo: corre el riesgo de colapsar abrumado por la cantidad y por el ostracismo de la calidad. Y por ahí hay sueltos como criaturas nefastas otros colapsos –-el de la educación, el de Cartagena, el de los aeropuertos–, que afortunadamente no van a suceder porque esta columna es una pura ficción.
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