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De los casi 148.000 vehículos que al momento de escribir esta nota habían ingresado a Bogotá en el Plan Retorno, la mayoría lo había hecho luego de transitar por la llamada Doble Calzada Bogotá – Girardot. Son 132 kilómetros de distancia, la mayoría de ellos recorridos en el Departamento de Cundinamarca, y sólo 22 en el Departamento del Tolima, que sintetizan todas las metáforas de la negligencia, la corrupción y la incapacidad del Estado para gestionar un proyecto trascendental de infraestructura vial.

De hecho, el infatigable ministro de Transporte Germán Cardona reveló hace pocos días, que los responsables de la construcción se comprometieron a entregarla ¡a mediados del 2013! Momento en el que, como lo señala un informe de la Cámara Colombiana de la Infraestructura, “será una vía que muy seguramente se encontrará limitada en su capacidad y nivel de servicio, pues el flujo de transporte que se moviliza por este trayecto es lo suficientemente importante y significativo, hecho que requerirá, en un futuro próximo, de una nueva ampliación para enfrentar los retos de comercio exterior”.

Los letreros que más se advierten en el recorrido de esta vía sobre la que también flota el fantasma corrupto de los Nule, son dos: “Comienzo de la doble calzada” y “Fin de la doble calzada”. A 300, 200 y 100 metros, y así sucesivamente. La vía comienza y termina de forma imprevista, embocando el tráfico fluido de dos carriles en una sola vía apretada y antigua, y viceversa

Hay tramos de alegría como antes de llegar a Girardot, donde la vía luce sus mejores galas, y es bonita y espaciosa por un número importante de esos largos kilómetros de saltimbanqui. El Boquerón sigue siendo El Boquerón, aunque los automóviles que van para Girardot serpenteen por la nefasta vía de La Nariz del Diablo que coquetea de muerte con el Río Sumapaz  y los que vienen transiten con orgullo los 4,1 kilómetros de un túnel ímprobo, como si fuera de otro país.

A lado y lado de la vía hay construcciones en ruinas, cayéndose poco a poco con su pasado inefable. Ellas ilustran como en un dibujo triste, la que ha sido la gran pena de esta carretera ambiciosa: la difícil compra de predios privados e incluso de propiedad del Estado. Un alto funcionario de la concesión explicaba que “el primer problema se presentó porque ninguna autoridad se atrevió a firmar expropiaciones por vía administrativa, lo que dificultó la adquisición de los predios ya que fue necesario iniciar procesos judiciales que son largos, dispendiosos y costosos”. Como si eso fuera poco, la obra estuvo suspendida un año, en el que no se adelantó ningún trabajo en el laberíntico proceso de sumarle kilómetros útiles a la vía.

La Doble Calzada Bogotá Girardot es, pues, el reflejo de esa tortuosa marcha: un camino salteado en el que alternan por muy breves kilómetros la ambición de una carretera adecuada y expedita del siglo XXI y el único carril moroso de mediados del siglo XX. El adecuado manejo de flujos vehiculares como los de esta Semana Santa, se logra, entre otras cosas, gracias al sacrificio de las tractomulas, que reposan orilladas mientras sus conductores duermen en los hoteles de paso, a un costo cuya factura no demoran en pasar los transportadores.

Hay otro letrero alarmante que se repite con una frecuencia cruel: el que anuncia la caída de piedras. Las mismas rocas jurásicas que están ahí, al borde la carretera, para que no quepa la menor duda del riesgo.  El conductor atento repara en que es un heroísmo enfrentarse a la geografía nacional y dominarla. Y en que de todas maneras resulta irresponsable transitar por ahí, sin barreras de protección reales y confiables, que aspiren detener el desprendimiento de peñascos en esas pendientes siniestras. Sólo un kilómetro antes del desvío para El Espinal hay un verdadero muro de contención. Lo demás va por cuenta y riesgo de los conductores. Y no ha comenzado el invierno tenaz.

Los colombianos nos alegramos con poquito. Y vamos y venimos adonde vayamos, felices de un viaje que asimilamos al descanso. Eso nos permite negar la realidad. Como tantas otras obras, la Doble Calzada Bogotá Girardot se inaugurará algún día. Representará un triunfo para hombres y mujeres honrados que han trabajado en su construcción, y que merecen un homenaje. Pero será también, kilómetro a kilómetro, el símbolo de ese país funesto que ojalá se acabe dentro de 300, 200 ó 100 metros, y no vuelva a comenzar.

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