“Se ha originado un esquema perverso, en el que se han abierto muchísimas instituciones privadas sin ningún tipo de regulación por parte del Estado, que primero se lucran a costa de miles de familias, y luego entregan a la sociedad miles de ‘cesantes ilustrados’. Porque en este sistema no sólo las instituciones educativas privadas ganan, también lo hace la banca: hay familias que tienen que endeudarse hasta por 20 años para poder educar a sus hijos y terminan pagando hasta tres veces una carrera…”
Esta declaración es de Camila Vallejo, líder de las protestas estudiantiles que sacuden al gobierno de Sebastián Piñera, Presidente de Chile, que por estos días tendrá que sacarle brillo a su evidente impopularidad para atender al colega colombiano. ¿Pueden aplicarse al sistema de educación superior de nuestro país? A juzgar por el entusiasmo con el que la cartera respectiva presentó los resultados de seguimiento a graduados entre 2001 y 2010 y sus indicadores de vinculación laboral, con datos arrojados por el Observatorio Laboral para la Educación, es un tema de calentamiento austral.
Y es que bajo el título aliciente “Estudiar sí paga” se reveló que entre 2001 y 2010 se otorgaron más títulos en educación superior (técnico profesional, tecnólogo, profesional universitario y posgrado) que en los 40 años anteriores.El promedio nacional de los recién graduados en 2009 que está trabajando en 2010 es 80%, tasa muy superior a la registrada a nivel nacional, en ese mismo año, donde entre toda la población laboralmente activa, solo el 30% de personas estaba vinculada al sector formal.
El comunicado agregó que “los resultados muestran que quienes obtienen título de educación superior consiguen empleo más rápido, más estable y mejor pagado”.
Hay que alegrarse por este tipo de informes, que relacionan sus resultados tomando como referencia factores como la nube de informalidad evidente que cubre a Colombia y el índice de deserción. Pero muchas voces le han echado candela a un debate que tiene tanto de largo como de ancho.
Tal vez la expresión de la chilena sobre los “cesantes ilustrados” no aplique para Colombia. Hay críticas sobre qué tan ilustrados están saliendo los profesionales y sin duda, respuestas de las universidades para que el discurso de la calidad adquiera tanta importancia como el de la cobertura. Cuando el número de graduados es prácticamente igual, entre 80 instituciones públicas y 206 privadas, lo cierto es que la inequidad sigue rampante, y en ella Colombia gana lo que pierde, por ejemplo, en fútbol, manteniéndose casi Campeón.
Lo que sí vale la pena analizar, con respecto a la situación chilena, es el esfuerzo que están haciendo los padres de familia y quienes estudian y trabajan para pagar su educación. Las cifras de los salarios que se reparten entre técnicos y doctorados dejan a muchos con la boca abierta. ¿Vale la pena la inversión de tanto tiempo y dinero como demanda un doctorado, para que el ingreso sea de $5'249.673? ¿En qué medida se están endeudando los colombianos para la educación de sus hijos?
La reflexión optimista de “Estudiar sí paga” marcha paralela al debate sobre el proyecto del gobierno para reformar la educación superior, en el que está clavado como una espina el concepto de ánimo de lucro. Para entidades como el SUE y Ascún, según lo referido por UN Periódico, en el artículo “Universidades públicas condenadas a debacle financiera”, el ánimo de lucro ya ha pervertido sistemas como los de Estados Unidos y Brasil. En el primero, se habría sobreestimado las expectativas salariales y laborales de los estudiantes, “dejando a miles de personas y familias endeudadas con préstamos altísimos”. En Brasil, y solo por los bajos costos, han crecido los estudiantes de ciencias sociales y administración, rebasando los que se aplican a ingenierías o ciencias básicas.
Al debate sobre la educación en Colombia –-su costo, su calidad y su cobertura, la existencia de casos vergonzosos como que la Universidad Nacional de Colombia carezca hoy de hospital para la práctica de sus futuros doctores–, hay que gastarle más cacumen y definirle mejores voluntades políticas. En las páginas de Portafolio, desde Andrés Oppenheimer hasta Nicola Stornelli García, hace pocos días, han referido el caso de Corea del Sur y su exitoso plan educativo a largo plazo. Mejor dicho, de 20 años de inversión en educación y tecnología para la educación. “La clave del progreso educativo en Latinoamérica es la continuidad –escribió Oppenheimer–: asegurarse de que cada nuevo gobierno no deshaga lo que heredó del anterior”.
A propósito: esta semana comienza el calendario escolar de secundaria, luego de casi dos meses y 15 días de vacaciones. Para los padres de familia, no nos digamos mentiras, termina una pesadilla. Ni siquiera familias acomodadas pueden armar un plan continuo durante tanto tiempo para ocupar a sus vacantes. Lo cierto es que la mayoría de muchachos y muchachas se dedican a perder el tiempo, muchos con riesgos evidentes frente a los vicios y las malas compañías, sin la presencia y mucho menos la vigilancia de sus padres trabajadores. Eso debe cambiar con el calendario escolar o con programas más evidentes del Estado para ocupar creativa y formativamente a los estudiantes en vacaciones.
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