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@cgalvarezg

Unos minutos después de que Fernando Rey renunciara a la gerencia de TransMilenio, y sin que la noticia irrumpiera en el programa, Hernán Peláez comentó en La Luciérnaga, a propósito de la dimisión de Beatriz Uribe a la dirección de la Agencia Nacional de Minería: “el país está lleno de gente buena… pero no sirve”. La frase se perdió en la diversión de la tarde, pero viene casi bien a propósito de varios sucesos que están demostrando un preocupante disloque entre el engranaje público y las personas que se meten a moverlo en beneficio colectivo.

Tiene razón Peláez. En Colombia hay gente buena. Muy buena. De lujo. Y puede que sirvan o no. En todo caso, la máquina de la administración pública, que ha logrado atraer a muchos con un propósito casi misional y a otros ha sonsacado de más lucrativas posiciones en el sector privado, los está vomitando. O los tiene sacudiéndolos en arcadas de preaviso, para eyectarlos sin piedad.

El caso de Rey es preocupante. No sólo por ser el segundo gerente de TransMilenio que se va más rápido que Usain Bolt. Ni porque vuelve endémica la renuncia de funcionarios a la administración de Gustavo Petro, por la exagerada cantidad que lo han hecho en tan exiguo tiempo. Sino porque se va cansado de la institución, aunque alegue razones personales. Las mismas que argumenta Beatriz Uribe, quien no llegó a los tres meses en la agencia citada, luego de su polémico paso por el Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial. El caso lo enriquece Aracely Morales, que pasó rauda por la dirección de Sayco, y se fue dando a todos noches muy felices por discrepancias con la junta directiva.

Otras personas valiosas, la gente buena de Peláez, están en remojo, esperando la denominada “crisis ministerial”. Sobre personas probas e idóneas se instala una especie de espada de Damocles que caerá sobre su ejercicio personal luego de una paciente tortura. En charco de duda chapalean nombres como los de las ministras de educación y salud, lanzados al agua por el partido conservador sin importar sus méritos ni sus logros. Diversos sectores hacen cábalas sobre la permanencia de otros representantes –-Defensa, Agricultura, etc.–, para que acompañen a Rodrigo Rivera y a Germán Cardona en el exilio ministerial, luego de ser rumiados el prestigio y la capacidad que los precedía antes de entrar en el monstruo oficial.

Leía en el periódico de la Universidad Nacional la entrevista realizada al profesor Rubén Sierra Mejía sobre la Cátedra de Pensamiento Colombiano, que sobre la historia y la cultura del país implementó con su colega Lisímaco Parra. “El desconocimiento de nuestro país, de lo que somos, y la negligencia para pensar nuestros problemas es una preocupación de todos los miembros del seminario”, señala el profesor Sierra Mejía. Creo que ha llegado la hora de pensar el servicio y la administración pública en nuestro país desde el punto de vista de las cadenas culturales, que obligan a los atrevidos que osan sacudirlos a internarse en laberintos o a moverse en la rueda inane de los hamster.

¿Qué paraliza la acción bien intencionada de un funcionario que se dedica a la administración pública en cualquiera de sus niveles? Lanzando los dados de las suposiciones se pueden encontrar varias causas. Una: que la mente nacional está organizada de tal manera que le es imposible acceder al propósito colectivo. Luchamos como individuos, nos unimos para defender intereses grupales, nos asociamos con los que nos conviene para sacar provecho propio y seguimos apegados a árboles insulares, sin posibilidad de ver el bosque del interés común. Dos: hemos elegido especializarnos en tumbar y no en levantar, y ejercemos esa profesión gustosamente con los demás. Tres: el ábrete sésamo que garantizaría la permanencia en el sector público sería el llamado “manejo político”, una suma de transar, distribuir, jugar doble y exprimir, quehacer completamente alejado de un proyecto de país, de una ética social y de posiciones tajantes y no camaleónicas. Cuatro: el país está colgado de una maraña de cuerdas sectarias y cada una tira impunemente para su lado y no lo dejan mover.

Sería bueno que en esa investigación que nos permite pensarnos como nación, mirarnos en el espejo y filosofar sobre nuestra conciencia común dedicáramos un instante a la relación del individuo ciudadano y el individuo profesional y funcionario con el sistema de la administración pública. Porqué parece fracasar cada día y porqué una noción de Estado elefantiásico paraliza hasta al prohombre más excelso. Porqué a Colombia y a su presidente los perciben con admiración en el exterior, y en el país la vida es morosa, los cambios se traban y la autoimagen se nutre de pesadumbre. Porqué, como dice Peláez, el país está lleno de gente buena… pero no sirve.

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