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Los humanos hacemos uso de un respetable mecanismo de defensa, para ignorar todo aquello que atenta contra el bienestar y una cada vez más falsaria versión idílica de nuestras vidas. Evitamos hablar de la muerte y evadimos con donosura cualquier tópico referido a  la enfermedad y a la vejez.

En cuanto a los sucesos colectivos, también los hacemos pasar por el punto ciego. No los vemos, aunque estén anunciándose con bombos y platillos, pregonando su evidencia. Es lo que puede estar pasando con la Tercera Guerra Mundial.

La información, que viene ganando links y espacios en Internet, no trasciende a los medios de comunicación habituales. Refiere la situación de estallido inminente en Oriente Medio, determinada por el cierre del Estrecho de Ormuz y la acción bélica de los países occidentales, encabezados por los Estados Unidos, con el fin de restablecer el paso de los buques petroleros que navegan por el Golfo Pérsico. Tiene como protagonista fundamental al díscolo Irán y está fechada para julio o agosto de 2012.

En esta zona tórrida, avecindada con Rusia y China, están los principales países productores de petróleo: Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Kuwait, Qatar. Y por supuesto, Irán, este último aliado de una Venezuela bendecida en oro negro, luego de la gira mundial del barbado ingeniero civil que lo preside y que sueña con la exterminación del Estado de Israel. Están Egipto con su inacabada y cada vez más confusa primavera, Israel con su impaciencia frente al que quiere arrasarlo, y la devastada y tumultuosa Siria. También Turquía convulsa, desdeñada por Europa y abrigada en la fe oriental.

Y está Irán. Es el segundo productor de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), con una producción de 3,5 millones de barriles diarios. De ellos, exporta el 20% a la Unión Europea. El domingo 19 de febrero, cuando escribo esta nota, ya suspendió la venta de petróleo a las compañías de Francia y del Reino Unido.

Y ahora sí que les va caer mal a quienes lo acusan de un manejo torvo de sus recursos nucleares y de tener guardada entre el polvo del desierto la bomba atómica. Se va a poner más brava la Unión Europea que en enero tomó la decisión de suspender la compra de crudo iraní a partir de junio, alegando que el programa nuclear de Teherán tiene disfraz energético pero habita una piel militar. Y ni Francia ni el Reino Unido son los países que dependen mayormente del petróleo iraní. Ese honor les corresponde a Grecia, España e Italia, que no caben ya en sus propios problemas.

Ah… pero la Tercera Guerra. Se ha anunciado tantas veces. Ha hecho parte de tantas profecías, que no se puede excluir en este año maya del fin del mundo. Sólo que ahora sí tiene un cariz verdadero. Una “nueva guerra fría”, como la denominó el Ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña William Hague, pocas horas antes de que Irán les cortara el chorro.

Cercado por la impaciencia de las naciones occidentales y sus amenazas de crisis económicas, que han puesto a sus barcos y portaviones a surcar por las costas de Yemen y de Oman, Irán podría, entonces, tomarse y cerrar los 100 kilómetros del Estrecho de Ormuz. Y parar ahí, como en un juego de video, todos los barcos que abastecen al mundo. Suena a política de otra dimensión pensar que la circulación se pueda establecer a base de los mismos diálogos y disuasiones que han evitado que Israel desplome su aviación sobre Irán.

Como siempre, resulta difícil creer que eso está pasando. Es mejor aposentarse en la ilusión, permearla con la mentira. Pero como escribe sobre Afganistán el Teniente Coronel Daniel Davis, del Ejército de los Estados Unidos: “En sus comunicaciones al Congreso y al pueblo norteamericano, los militares de más alto rango han distorsionado tanto los hechos sobre la situación real en Afganistán, que la verdad se ha hecho irreconocible”. La verdad.


 

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