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En un reciente vuelo que cubría la ruta Cartagena – Bogotá, la fila de pasajeros que ingresaba al avión se detuvo intempestivamente. Una dama aguerrida acomodaba con paciencia en los compartimientos para el equipaje de mano, las cinco maletas de su familia. Todas eran valijas enormes, que sin justificación se colaban en la cabina. Y que no diferían mucho de las que traían otros viajeros. Las levantaban sobre las cabezas indefensas de los que ya se habían sentado, y las acomodaban en el compartimiento contra toda ley física. Sólo una hizo evidente la imprudencia, y fue sacada por la azafata ante la imposibilidad de cerrar la compuerta. El afectado armó una alharaca mayúscula.

Muchos, pero muchos, pasajeros suben a la cabina maletas monumentales, que si funcionara un mínimo control, deberían ser confinadas sin vacilación a la bodega. Hay quienes no se contentan con una. Y tienen, como es habitual en Colombia, muchas razones para justificar su contravención. Aunque la principal sea no tener que esperar el descargo y agilizar la salida de los aeropuertos.

También en los aviones de las aerolíneas norteamericanas, el equipaje de mano se ha vuelto una pesadilla. Pero por razones completamente opuestas. Las empresas han decidido cobrar una tarifa extra por las maletas que se depositan en la bodega del avión. Y los pasajeros han reaccionado subiendo a la cabina todo el matute, a pesar de que las reglas determinan ese privilegio solo para una maleta pequeña y un bolso de mano. Azafatas y auxiliares procuran que la acomodación se produzca debajo de los asientos, para aliviar los compartimientos. Espacios que a su vez, se disputa la gente, primero a las buenas, pero después empleándose a fondo. Por eso, muchos viajeros consideran que en los Estados Unidos, el proceso de abordaje se ha convertido en una verdadera tortura.

¿Qué nos pasa a los colombianos, a quienes no nos castigan las aerolíneas con esos cobros extras? Pues que hacemos lo que se nos da la gana. El tamaño de una maleta debería determinar su destino: cabina o bodega. Y este debería establecerse desde el momento que se entrega el pasabordo. Y si algún vivo o viva consigue llevar su alijo impropio hasta la cabina,  la aerolínea podría tomar medidas punitivas. Desde una amonestación amable pero contundente hasta el cobro por la maleta y su remisión a la bodega.

Pero salvo las molestias que deben sufrir los pasajeros que sí respetan las reglas, y las cada vez más frecuentes demoras en el abordaje y en la salida aparatosa, el asunto no parece importarle a nadie. Las aerolíneas nacionales no inciden en el asunto mediante mensajes o advertencias explícitas, y mucho menos obran con decisión donde deberían hacerlo. Los pasajeros afectados, incluso por golpes de las maletas voladoras, deben resolver sus molestias en forma personal, aunque la pataleta sea tan inútil como la intervención de los auxiliadores a bordo.

Joyitas:

1.    Me envía un pasajero su tarjeta de embarque de un viaje a Armenia que sale de Bogotá a las 5:55 a.m. Debe presentarse en el aeropuerto a las 3:25 a.m. Es decir, dos horas y 30 minutos antes, para cumplir el itinerario de un vuelo nacional. Es posible que el terminal se encuentre en obra negra, ¿pero tanto?

2.   ¿Puede la ciencia del cerebro transformar la industria colombiana? La respuesta a esa pregunta se obtiene en el Foro “Neurociencia: innovación, marketing y gestión organizacional”. Ojalá. Es decir, ojalá pueda la ciencia del cerebro transformar nuestra manera de organizar las cosas. Porque dos semanas después de haberme inscrito para asistir a este foro de neurociencia, un día antes de realizarse me llega un mensaje descortés. En él me invitan a ver el Foro vía streaming, porque los cupos se han completado. Dos semanas después de haberme inscrito y confirmado mi asistencia por teléfono, y 20 horas antes de realizar el Foro… llega esta razón inculta. Como a cientos de personas. A pesar que los datos entregados supuestamente servían para que se comunicaran telefónicamente conmigo y me ofrecieran atención personalizada.   Sí. La ciencia del cerebro debería poder transformar esta forma de organizar las cosas.

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