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¿Qué pasaría se acaba el trancón en Bogotá?
La pregunta es pertinente al ver que cada día la ciudad avanza en su inmovilidad, entran a sus calles miles de automóviles, se entorpece y retrasa la productividad y las distancias entre los hogares y los sitios de trabajo se vuelven interminables. La movilidad es un punto preciso en la agenda de los candidatos a la Alcaldía Mayor, sin que hasta ahora brille una propuesta clara, contundente y definitiva para desactivar el atasco.
Sin embargo, hay que ser más cautelosos, y preguntarse: ¿qué haríamos sin el trancón? Me permito reflexionar sobre esa pesadilla (acabarlo):
El trancón es una fuente básica de empleo, aunque sea informal. Una cadena de ingresos se sostiene en el semáforo y se expande en oleadas perfectamente organizadas a lo largo del trancón. El rojo es para los artistas –malabaristas, forzudos, funámbulos, ilusionistas, jóvenes que salen de sus colegios y forman pequeñas compañías de encantamiento. También para los pordioseros, que en la parada se desplazan en sus sillas de ruedas o con sus lazarillos, muchos en proezas de movimiento que el circular raudo convertiría en tragedia.
Luego vienen los técnicos. Son los que venden accesorios para celulares, juegos infantiles, libros piratas y fajas abdominales. Su lema básico, como el de casi todos sus colegas, es el “se le tiene”. Cuando de algo carecen acuden a un voz a voz que lo trae de la nada.
Más allá están los de la zona de alimentación y decoración. Son los que con piquitos, chicharrones, y agua y refrescos alivian el hambre y la sed que causa el trancón, los que sacan un ramo de flores o una fruta de temporada a un precio irrisorio.
¿Qué será de todas esas personas si el tráfico se vuelve fluido y expedito, si una cantidad ínfima de automóviles se detienen cuando cambie el semáforo?
El trancón ha permitido subir la sintonía de las cadenas radiales. Para ir del hogar al trabajo una persona puede escucharse completico, por ejemplo, “6 a.m. – 9 a.m.” y una parte de “Hoy por Hoy”. Y para regresar, oye completa “La luciérnaga”, “Hora 20” y puede llegar hasta “El alargue” si se le vara en la vía una grúa de empresa pública. La gente llama desde su celular a las emisoras, para contar cositas y proponer temas, qué se le va a hacer, rico.
Si se acaba el trancón, ¿qué vamos a hacer con el Secretario de Movilidad”?
Gracias al trancón las mujeres se maquillan, los niños duermen y las mascotas se aburren. Nuevos espacios se han creado entre familias y parejas para maldecir, denigrar y hacer diversos tipos de catarsis, liberando así las relaciones y los hogares de tensiones y disputas. Claro que eso ocurre en poquísimos carros, porque la mayoría va con un pasajero íngrimo dedicado a la radio, como ya se dijo, o a hablar por celular, sector que también se beneficia del trancón.
Si se acaba el trancón, ¿qué vamos a hacer con la más recurrente excusa utilizada para justificar nuestra vergonzosa impuntualidad? Todo el que llega tarde –-al trabajo, a la casa, a una reunión, a un coctel, a la cita médica–, halla en el trancón su cómplice más verosímil. Pero ante las caras estrictas de quienes lo esperan, refiere su tardanza en términos de ese monstruo inapelable e invencible que es “el trancón”, culpable de distancias mínimas recorridas en tiempos máximos, y listo: todo el mundo entiende, todos están de acuerdo, porque todos sufren «el trancón».
Hay, pues, que pensar bien eso del trancón. ¿Acabarlo? “No hay derecho, caray”, como diría alarmado Godofredo Cínico Caspa. Seamos creativos. Optimicémoslo. Veamos el vaso medio vacío, no el vaso medio lleno. Convirtámoslo en una oportunidad.
¿Qué tal, por ejemplo, utilizarlo como un atractivo turístico? Vender paquetes con los bellos y múltiples hoteles de Bogotá, sus fascinantes restaurantes, nuestros lindos museos y de ñapa, sin tener que pagar un excedente, ¡uno o varios trancones! Digamos, desde el Palacio de Nariño hasta Andrés Carne de Res en Chía: tres horas inolvidables con la verdadera cultura nacional.
Como ven, hay que mirar de otra forma el asunto. Y dejar de estar con ese cuento que “vamos a acabar con el trancón”. Porque va para largo. Y pronto será peor.
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