Algunos mitos y realidades en el abordaje de la pandemia Covid 19
Si la información se midiera por peso, la que tiene que ver con la pandemia del COVID 19 no podría hacerse en kilogramos sino en toneladas. Es evidente que son torrentes de datos los que a diario circulan tanto por medios tradicionales como por redes sociales, correo electrónicos, páginas de todas las categorías y demás medios disponibles.
Sin embargo, también es claro que a pesar de la disponibilidad de fuentes confiables, científicas, certificadas y serias, es mucha la desinformación que se ha generado, lo que necesariamente tiende a alimentar el miedo y la desconfianza, hábilmente aprovechados por variados actores para usarlo en favor de sus intereses.
Así, este espacio pretende tomar alguna información disponible, contextualizarla y contribuir, aclarar dudas, desmentir creencias y aportar a que los lectores puedan tomar decisiones más informadas y con el menor sesgo posible respecto a las medidas para reducir el riesgo de contagio del SARS COV 2.
Empecemos por las medidas de protección básica. Cuando comenzó esta pandemia hace más de un año, era muy poco lo que sabíamos acerca de su velocidad de propagación, los medios por los cuales lo hacía, la población más vulnerable, cuánto tiempo demoraba en incubarse, entre otras tantas. De esta forma, los tomadores de decisiones echaron mano de lo que en otras situaciones similares había sido efectivo hace un siglo: las cuarentenas, el uso de la mascarilla y el lavado de manos; además, la toma de temperatura a la entrada de los establecimientos, desinfección de superficies y llantas de vehículos, uso de gel antibacterial, lavado de ropa al llegar de la calle, lavado a profundidad y desinfección de alimentos.
Hoy los estudios científicos han demostrado que el contagios el virus de el COVID-19 se transmite principalmente entre personas a través del contacto y de gotículas respiratorias y que muchas de las medidas nombradas no son efectivas y por el contrario distraen el esfuerzo de las que realmente son necesarias. En palabras del CDC (Center for Desease Control) de Estados Unidos “la desinfección de superficies puede convertirse más en un acto reconfortante que en un verdadero escudo contra el coronavirus.”
Cuando los tomadores de decisiones establecen, por ejemplo ir a cuarentena o toques de queda, no lo hacen previniendo el hecho (la incubación dura 15 días) sino cuando sus efectos ya están siendo una realidad. Así, se pudo haber llegado al pico de contagios en determinada área y por lo tanto parecería que la medida y la disminución de casos tienen una relación de causalidad cuando no es así, pues esta obedece a la evolución natural del contagio y no a la decisión tomada.
En el mismo sentido se han adoptado medidas contra evidentes: hacer cierres nocturnos implica que el transporte público tendrá menos horas para circular y la demanda se aglutinará en un lapso más pequeño lo que, como se ha visto, producirá grandes aglomeraciones, causando el efecto contrario del que se dice buscar.
Por otra parte, aunque ya se ha ido disminuyendo su aplicación, aún algunas instituciones y establecimientos conservan medidas inanes como la toma de temperatura, la fumigación de llantas, el distanciamiento de vehículos, derivado de creer que se “está haciendo algo”. Esto lo que hace es que los esfuerzos se orienten a cosas sin sentido y no realmente a controlar lo que sí puede servir como un real y estricto control de aforo.
El uso del tapabocas es una medida necesaria pero que también puede llamar a equívocos. Como se vio antes, el contagio se da por las gotículas que se dispersan en un radio de más o menos que 1.5 metros. Así, en la medida que la distancia sea mayor y más ventilado sea el espacio, menor será la probabilidad de contagio.Es decir que si se está en un parque al aire libre donde el distanciamiento es el mínimo recomendado, no hay aglomeraciones y no nos estamos comunicando a gritos, o si va en un vehículo con su familia y no va a tener contacto con nadie externo, el uso del tapabocas no es necesario. Al contrario, llevarlo todo el día (sin necesidad) genera fatiga y la propensión a empezar a usarlo mal cuando sí sea realmente necesario.
Los medios de comunicación también han jugado un papel importante en la difusión y en muchos casos en la confusión de información del tema. Así, algunos de ellos titulan que después de aplicar una vacuna una persona murió. Esto por lo menos es irresponsable pues no se toman el tiempo para determinar si hay causalidad entre un hecho y otro y en el caso que exista, en qué proporción se presenta frente al universo de vacunados. Pareciera que lo importante es capturar “me gusta” y no informar veraz y objetivamente acerca de los efectos secundarios del medicamento.
La asistencia de los niños a los colegios y escuelas ha sido otra víctima de la toma de decisiones desinformada. Múltiples estudios y la evidencia estadística han demostrado que los niños hasta los doce años son poco transmisores y menos propensos al contagio que los demás grupos de etarios. Además, se ha visto que ellos siguen con más rigurosidad las instrucciones de distanciamiento y uso de la máscara (tampoco es recomendada por la OMS en este grupo). Sin embargo, al día de hoy, la gran mayoría de las instituciones educativas se encuentran cerradas y cuando se ha logrado algún grado de apertura, son las primeras en volver a ser clausuradas.
Es claro que la única manera que tenemos de salir de esta situación es mediante la inmunidad que se genera después de aproximadamente el 55% (mejor el 70%) de la población (como en Israel) haya sido expuesta al virus, bien sea porque se infectó o porque se le ha aplicado alguna de las vacunas, lo que se denomina la inmunidad de rebaño. Pero, si buena parte de la población deja de aplicarse la vacuna porque le puede dar un trombo (con una probabilidad de 1 en un millón), o porque le pueden inyectar un chip para que Bill Gates los controle, entre otras tantos argumentos conspirativos o faltos de rigor, será más difícil que lleguemos a la tan ansiada normalidad. Esto, sumado a los problemas de abastecimiento por parte de los laboratorios productores y de las fallas protuberantes en la estrategia política a nivel mundial, presenta para los países de renta media y pobres, desafíos mayores que deben ser tratados con responsabilidad, sofisticación e innovación.
Mientras tanto hagamos lo mínimo responsable: usar tapabocas en espacios cerrados y concurridos, ventilar espacios cerrados y vacunarse cuando llegue el turno.
John Alexánder Moreno Beltrán
Director Corporación Bienestar
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