La formación de las personas está determinada por su educación, pero, igualmente, influyen en ellas, las circunstancias ambientales dentro de las cuales se desenvuelve esta educación.
La sociedad y el espacio físico, en medio del cual vive y se desplaza la persona, desde su nacimiento y a través de toda su vida, influyen en su manera de ver el mundo y retan los valores adquiridos; al punto de complementarlos o trasformarlos, dependiendo de cómo, esos valores aprehendidos, por esta vía, consolidan su relación amigable con el medio ambiente y el conjunto de personas con las que comparte el bien común que a todos pertenece.
De ello, depende el desarrollo de los individuos y la comunidad, como un todo.
Esa comunidad, que se dirige a estadios superiores de pensamientos y comportamientos, con el propósito de ampliar su espacio vital: físico, intelectual y espiritual.
En este orden de ideas, los líderes de la comunidad y, particularmente, de las organizaciones que la integran, tienen una responsabilidad social que es única y que está en relación directa con la formación y desarrollo de los procesos culturales que se dan, a la luz de los modelos de educación a los que la persona es sometida. Pero, igualmente, en ello, tiene mucho que ver el entorno que rodea este proceso, el cual, afecta al individuo, de manera que sus pensamientos, comportamientos y actitudes, empiezan a ser influenciados y determinados, necesariamente, por tales ambientes y espacios dentro de los cuales ejerce sus distintas actividades.
Todo eso que se ve, que se escucha, que se palpa y percibe, por medio de todos los sentidos y que conforma el espacio en medio del cual se desenvuelve la vida del individuo, determina, de manera enfática, los pensamientos, valores y comportamientos de la persona, acomodándolos a su conveniencia y, principalmente, al mensaje que, de su apreciación, resulta.
Por esta vía, se contribuye a conformar las ideas con las cuales se construirá un imaginario que permite ir consolidando, poco a poco, y casi que viralmente, el conjunto de creencias y valores de las personas inmersas en determinado espacio —físico o virtual—, que conforma su ambiente. El lugar que habita, en el que trabaja y se desempeña socialmente.
Es el referente que va construyendo el concepto de belleza que, junto con la apreciación de la verdad, consideramos como cierto, de manera incuestionable.
Esto nos lleva a pensar y actuar, de tal manera que, tales pensamientos y actuaciones, entran a formar parte intrínseca de nuestro ser y nuestra cultura. La que será transmitida, para bien o para mal, de padres a hijos y que, dependiendo de los espacios y ambientes en que ellos y nosotros estemos, por la concepción estética que aquellos manifiestan, determinarán los cambios que se den en nuestras ideas del mundo y la forma como lo vamos interpretando y modificando.
Todo ello, como por ósmosis, penetrará nuestro interior y nos hará más proclives a amar o odiar, a servir o maltratar, a crecer o decrecer y a animar o desanimar. En fin, a ser maravillosamente virtuosos o desgraciadamente perversos.
Es por esto que, si queremos formarnos y formar a nuestros semejantes, debemos rodearnos de ambientes físicos, intelectuales y espirituales que constituyan el fundamento estético que construirá una ética coherente con tales ambientes.
De no existir esa coherencia, los propósitos formativos y educativos que pretenden proponer una ética al individuo, fácilmente se mostrarán divergentes con tales espacios y ambientes.
El resultado, entonces, no será tan fácilmente predecible, haciendo que lo esfuerzos formativos se pierdan en medio de las contradicciones que el ambiente estético provoca, en contra vía al propósito ético que buscamos. Este. es el camino seguro hacia la formación de personalidades esquizofrénicas que acomodan sus principios y valores a las circunstancias del momento, porque nunca encontraron una relación directa entre la estética y esa ética con la cual pretendieron formarse.
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