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La sociedad parece evolucionar a la cultura del facilísimo que, no solamente se da en la medida en que la economía del confort nos ha llevado a una comodidad extrema que atrofia el cuerpo, la mente y el alma, sino que, además, rompe la esencia misma de la persona, limitando sus dones más preciados: su capacidad de soñar, de crear y compartir en comunidad.

Todo ello, producto de la incapacidad creciente que algunas personas tienen para entender las tecnologías, que mal utilizadas, constriñen la capacidad de saber investigar para tratar de buscar la verdad: motor de nuestro desarrollo y crecimiento integral como personas.

Estamos inmersos en una cultura determinada por la tecnología del Tweet, a través de la cual, muchas personas, pretenden estar informados, porque sufren de la pereza intelectual que les impide leer libros, documentos y ensayos, para investigar, para aprender y desarrollar sus propios conceptos, de manera que puedan exponerlos coherentemente, con base en argumentos propios de una persona pensante.

Estamos en la cultura del Twitter, que pretende mostrar como verdades: chismes y opiniones mal intencionadas que buscan destruir más que construir, para que otros, aún más idiotas que los primeros, las repitan con la agilidad del loro que, sin capacidad de discernir, repite lo que otros dicen, para diversión de los que le escuchan y en muchos casos, con la mala intención de hacer daño y destruir con mentiras y verdades a medias, a quien les parece.

Estamos en la cultura del Twitter, esa herramienta perversa hecha para quienes no logran sacudirse de la pereza intelectual que les impide entender el mundo, por medio de información auditiva, escrita o visual, metódicamente desarrollada, con inteligencia y con el ánimo de promover, social e individualmente, el bien común en el orden de las ideas y con la capacidad de abstracción que debería ser propio de nuestra especie inteligente.

Grandes oleadas de personas, en todas las sociedades, se debaten sin ideas propias o creyendo tenerlas, sin el fundamento intelectual suficiente.

Estamos creando un nuevo tipo de sociedad analfabeta que cree leer, porque vio un Tweet, generalmente mal escrito, sin ortografía y sin sentido, pero cargado de rencor y resentimiento. Expresión sublime de irracionalidad propia de las culturas más salvajes.

Es también el caldo de cultivo del chisme y de las habladurías que, por su falta de recursos intelectuales civilizados, usan políticos incendiarios que mantienen sus equipos electrónicos activos para calumniar y mantener el espíritu de violencia. Sin vergüenza y con discursos de la más baja ramplonería, como se aprecia en el Congreso de la República.

Parece que ha quedado atrás, por esta cultura del facilísimo, la capacidad crítica objetiva y fundamentada. Los lideres políticos, que deberían ser los más preparados para orientar las políticas estatales en pro de las comunidades que dicen liderar, ya han perdido hasta su capacidad de oratoria, elemento clave de comunicación que determinó buena parte de la política de los grandes estadistas del siglo pasado.

Nos enfrentamos a una clase “dirigente” ramplona y violenta que usa el Tweet como arma para incitar a otros actores a cometer los delitos que aquellos no realizan directamente, pero de los cuáles son responsables intelectuales.

Esta pobreza intelectual de los twitteros, siembra, en tierra abonada, para que se produzcan los frutos del crimen que se extiende en todos los rincones del mundo.

Es el terreno que soporta a líderes de países desarrollados y subdesarrollados, por igual, que tienen enormes cadenas de seguidores condicionados a sus reacciones “twitteras” irresponsablemente divulgadas.

Por eso, a estos líderes, de todos los extremos, no les interesa la educación ni la salud para una población que mantienen atada a sus estupideces.

Si en la población se fomentara el estudio y la investigación, estimulados por la búsqueda de la verdad, estos líderes, seguramente, se quedarían sin seguidores.

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