Lo bueno de la democracia, es poder, como en el caso de la ciudad de Bogotá, tener una diversidad de opciones como las que se presentan para poder escoger el alcalde que se elegirá mañana.
Pero, aún, es más bueno, haber podido ver un debate dentro de unas condiciones de respeto y casi que colegaje político, que no suele ser propio de una profesión que, a diferencia de otras; no acepta la diversidad de opiniones y, la competencia, se convierte en la destrucción del otro, a costa de la utilización de los más bajos argumentos y, por qué no decirlo, perversos instintos.
La politiquería que es la más perversa deformación de la política, se convierte en una guerra del todo vale, donde en muchas ocasiones, el ganador, siempre es el más mentiroso y ruin de los candidatos.
En el caso de la participación de los candidatos a la alcaldía de Bogotá, hay diferencias ideológicas e intereses contrarios que, en medio de la contienda, se han expresado sin caer en ese concepto de politiquería que ya nos tiene hastiados a todos los colombianos.
Es una nueva generación que, equivocada o no, dependiendo del cristal con que se mire, le da cierta frescura al proceso, más aún, en un país donde, los dinosaurios de todas las pelambres, siguen aferrados a la politiquería que tanta violencia ha generado y sigue generando en Colombia.
Creo que, ante este ramillete de candidatos, ahora, nadie puede sentirse excluido.
No votar mañana; no solamente seria un acto de irresponsabilidad cívica muy grande, sino que, quien así lo haga, no tendría derecho alguno para exigir al nuevo alcalde. Pues, el no votar, en un caso como este, expresa la decisión, de quien lo hace, de excluirse, conciente y libremente, de hacer uso de sus derechos ciudadanos.
El conjunto de candidatos que se presentan, muestra todas las opciones posibles, para que, con confianza, cualquier ciudadano, de cualquier tendencia, pueda sentirse representado. Esto debería ser condición suficiente para esperar una votación masiva de todos los bogotanos.
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