El diario El País de Cali, ha sido, por muchísimo años, el periódico más prestigioso de la región del Valle del Cauca. En aquellos años de mi vinculación al periódico, su prestigio era muy grande dentro del gremio de periódicos de Colombia.
Nunca estuvo dentro de mis presupuestos llegar a trabajar en un diario. Recuerdo que, en mi juventud, en el último año de bachillerato del colegio Calasanz, en Bogotá, donde estudié desde primero de elemental, tuve la oportunidad de vincularme a unos cursos de preparación para la universidad, en un centro de formación para estudiantes que tenía el Opus Dei en Bogotá. Su nombre era Hontanar y quedaba en la que, posteriormente, sería la casa de la embajada del Japón en Colombia. En esos cursos de orientación profesional, la conclusión que se deducía de las diferentes pruebas que nos habían hecho, era que mis habilidades y formación pintaban para estudiar economía o periodismo. Creo que ese resultado, mirando ahora hacia atrás, era muy acertado, pero decidí, por aquello de llevar la contraria, que caracteriza a muchos jóvenes de todas la épocas, estudiar ingeniería, ya que un amigo, muy querido, de mi padre, Guillermo Rodríguez, era un exitoso ingeniero, fundador, con otros de sus colegas, de una de las firmas de ingenieros más prestigiosa de la época. Su nombre era Hidroestudios.
Pues bien. Mis estudios de postgrado se habían centrado en temas sociales y económicos y, además, la vida ya me había llevado por actividades gerenciales y administrativas que habían probado que esos exámenes preuniversitarios no se habían, de ningún modo, equivocado. Faltaba la relación con el periodismo que, a través de este portal, se abría, dándome acogida para desarrollar esta afición que estaba innata en mi y que, como contaré en estas historias, me traería muchas satisfacciones.
Las conversaciones previas a mi ingreso al periódico, con quien, por esas épocas, era su director, Alvaro José Lloreda, me hacían ver el periódico como un negocio con las características de todos los que había manejado, pero con un mercado local de tipo regional. Realmente, esto, para mí, que había tenido la oportunidad de gestionar multinacionales y compañías nacionales abiertas a la internacionalización, era algo exótico que muy pronto comprendería y me fascinaría. Como pude comprender, prontamente, había periódicos como el New York Times, el Washintong Post, Le Monde de Paris, etc, que sonaban internacionalmente y alguna presencia tenían fuera de sus fronteras, pero se nutrían de mercados locales que eran la razón de ser de su cadena de financiamiento, por la acogida que tenían con el manejo de su información apropiada y del gusto de sus públicos locales.
La posición de liderazgo de cada periódico en su región era muy evidente, en la medida en que, a diferencia de la radio, los periódicos, tenían aspectos muy propios de su estilo, como las crónicas regionales, el análisis político y las paginas sociales que, por aquella época, se peleaban las familias de clase alta para lucirse y aparecer en ellas, de manera más esplendorosa de lo que realmente era su vida diaria. No faltaban las familias arribistas que pagaban sumas extraordinarias para sus presupuestos, con tal de aparecer como los primeros. Cosa que siempre le costaba al periódico la crítica de las familias de la “clase alta”, que sentían que, su posición privilegiada en la sociedad, no podía admitir que sus fotos sociales se mezclaran con la de tanta “chusma” que presionaba para aparecer al lado de la gente que se consideraba de la aristocracia; olvidando que, en el caso de Cali, como otras muchas ciudades de Colombia, esas castas, se hicieron, en muchos casos, de antecesores que estuvieron en la misma posición de la chusma que criticaban y, tal vez, no muy pocas, como producto de negocios y circunstancias sociales y familiares que es mejor no recordar, para no herir susceptibilidades, pero que son la causa de tantas injusticias y violencia aún no superada.
Los directivos de los periódicos, por su prestigio y posición de liderazgo en la sociedad, eran personas apreciadas y, no raras veces, criticadas por su posición política pues, prácticamente todos los periódicos, surgieron en sus regiones como expresión de ideologías políticas que, apoyadas por sus partidos, tenían necesidad de trasmitir sus ideales y, de esa manera, proponerlos masivamente a la sociedad. El proselitismo político que de ello se derivó, hacía que no siempre sus posiciones fueran totalmente imparciales, sino producto de esas ideologías políticas que los soportaban. Los periodistas, eran los pregoneros que comunicaban esa posición y, en cierta forma, estaban al servicio de tales propósitos. Creo que esto radicalizó aún más la sociedad colombiana en cada una de sus regiones y sirvió de catalizador para tanta violencia en los pueblos y los campos, donde las personas que recibían los mensajes que transmitían los periódicos, las transformaban en pasiones radicales y violentas por todos los territorios.
Mi llegada a El País, estuvo condicionada a dedicarme con exclusividad al periódico, pues, si bien, el Grupo Lloreda Caicedo, tenía una cantidad de negocios muy diversos, en diferentes tipos de industrias, mi condición de ex funcionario de Carvajal, no me permitía participar en ninguno de los negocios del sector editorial, cosa que los propietarios del periódico aceptaron y respetaron siempre, durante la larga relación empresarial y de amistad que tuve con ellos. Esto nunca lo entendió un vicepresidente de Carvajal que, con su espíritu servil no veía más allá de su nariz, por lo que nunca vio lo que al negocio se le venía encima, y solamente pretendió ganar prestigio denunciado mi vinculación al periódico El País como una traición, sin entender que el castillo de naipes sobre el cual estaba montado el negocio de Carvajal, se desmoronaba, cosa que evidentemente se dio y provocó un cambio traumático, que hubiera sido fácilmente previsible, si este directivo hubiera escuchado e interpretado a tiempo los mensajes que, desde todos lados del mercado, le advertían a Carvajal que el negocio de formas continuas y directorios estaba prontamente condenado a la extinción.
Los periódicos regionales estaban muy arraigados a la sociedad de cada una de las regiones que, en Colombia, son muy diversas y de una riqueza cultural y social extraordinaria. Regiones, marcadamente diferentes, con costumbres muy propias, cosa que estos periódicos supieron interpretar muy bien, por lo que penetraron todos los rincones de la sociedad, sabiendo entregarles información muy variada de la vida, no solamente política y social, sino económica, deportiva, judicial y de barrio. Eran el compañero insustituible en los desayunos de casa, los cafés y las salas de espera de consultorios y oficinas, donde siempre uno de ellos esperaba que unas manos lo tomaran para acompañar, con buena lectura, esas ocasiones de espera.
Era ese el ambiente de los periódicos regionales al que empezaba, poco a poco, a vincularme, a fines de la década de los 80s del siglo pasado.
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