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La adecuada interpretación de los fenómenos sociales y los procesos en que tales fenómenos se incuban es una de las características necesarias que debe tener un buen candidato presidencial.

La comprensión de la forma como se manifiestas esos procesos y la correcta identificación de los aspectos que los catalizan, son esenciales para poder tener un diagnóstico claro de los fenómenos.

Actuar en consecuencia y proponer acciones de cambio social, exigen un adecuado diagnóstico que no se puede dar sin tener la capacidad de entender toda la problemática colectiva en medio de la cual se van gestando estos fenómenos.

A veces, pareciera que estos procesos surgieron de manera espontánea o sin justificación aparente. Ese diagnóstico es totalmente errado y desconoce las realidades sociales, como producto de los sesgos partidistas que nublan el entendimiento y la capacidad de análisis de los candidatos presidenciales que no son capaces de superar la concepción ideológica partidista para procurar entender una totalidad que es la suma de muchas partes, generalmente muy diferentes, que constituyen los variados grupos sociales que conforman la sociedad.

Buena parte de los candidatos que no logran superar este limitación, no comprenderán ni procurarán resolver los problemas de los diferentes segmentos de población que conforman la sociedad y que atienden a culturas diferentes y, por tanto, a expectativas distintas que, en muchos casos, se contraponen al ser expresiones de intereses diversos que no son satisfechos por la miopía partidista que impide ver, a los candidatos, más allá de la visión ideológica de sus copartidarios.

Este desprendimiento de las particularidades partidistas es necesario para pasar a un estadio superior que es netamente nacional. Exige condiciones de madurez política y, fundamentalmente, intelectual que, muchas veces, los candidatos no cumplen y sus masas de seguidores, polarizadas por caudillos que alientan su entusiasmo parcializado, transforman en odios inter grupales que pierden completamente el sentido de nacionalidad que, en sociedades civilizadas y realmente democráticas, se suele evitar.

El mayor reto para la democracia está en la capacidad que puedan tener los líderes políticos para entender ese concepto de nacionalidad perdida, entendida como la responsabilidad que un candidato presidencial debe tener con toda la comunidad, independientemente de la amalgama de culturas que la compongan.

Mientras los presidentes no tengan la capacidad estadista suficiente para actuar en consecuencia con el principio de nacionalidad y el respeto por todas la minorías que no lo eligieron, pero que esperan sus repuestas acordes con sus derechos y deberes, no habrá paz ni sociedad medianamente civilizada.

Algunos dirán que la ignorancia del pueblo lo impide. Pues bien, es exigencia fundamental para un líder que aspire a la presidencia, el propiciar condiciones que permitan elevar el nivel de educación y formación del pueblo. Ello empieza con el ejemplo de ese líder o candidato presidencial que, cuando llega a la presidencia, sabe que todos los ciudadanos, sin excepción, lo observan, y que su manera de ser y proceder servirá de ejemplo para formar o deformar a toda la ciudadanía.

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