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Otro alcaldia que termina y otra esperanza que se va sin dejar rastro de lo que fueron las ilusiones que en un principio nos animaron. Es la constante de una ciudad entregada a los políticos de turno.

Adalides y encantadores de ciudadanos que, a punta de sofismas, estratégicamente diseñados para captar las masas de votantes, se apropian de los presupuestos de las diferentes agencias de la ciudad con el propósito perverso de ponerlas al servicio de sus intereses políticos y económicos particulares.

Las ciudad está colapsada por el exceso de tráfico, mientras la alcalde (que no alcaldesa) desconoce la realidad manifiesta que muestran medios de comunicación tan idóneos como The Finantial Times, líder internacional reconocido por la calidad de sus análisis.

Ni el sector privado ni el público, tienen la capacidad de innovación suficiente para implantar una medida como el teletrabajo que fue probada satisfactoriamente en la pandemia y que puede ser la solución a la congestión que ha llevado a Bogotá al primer lugar del mundo en tan vergonzoso escalafón.

¿Por qué sucede esto? Tal vez, por la indiferencia de los privados y un manejo de liderazgo empresarial obsoleto de aquellos gerentes que no se permiten confiar en sus colaboradores porque piensan que no trabajan si el jefe no los ve cara a cara, para poder imponer su autoridad.

Y, tal vez, en el sector público, porque la imposición de esta disciplina del teletrabajo no les da los réditos que producen los serruchos que se logran promoviendo megaobras de infraestructura, donde sí hay mucha plata para robar.

Lo mismo sucede con la inseguridad.

Aparte de la falta de formación que se evidencia en la juventud, por falta de una educación cívica que les dé criterios de solidaridad y respeto, la ciudad, en cabeza de la exótica burgomaestre, no ha sido capaz de generar empleo para absorber formalmente inmensas cantidades de población joven que podría trabajar recuperando las zonas verdes, tapando los huecos de las vías destruidas por falta de mantenimiento, haciendo aseo y prestando servicios sociales que tanto requiere la población más vulnerable de la ciudad.

Por cada burócrata que se nombra para gestionar lo que a cada uno se les paga para hacer lo mismo, se podrían contratar, por lo menos, 15 cargos de salario mínimo que humildemente y por necesidad, estarian dispuestos a hacer esos trabajos. Pero no se hace, porque la burocracia es una ficha clave de la estrategia de los políticos para lograr sus perversos objetivos

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