
Bastó menos de una semana para que Colombia pasara de una ventaja competitiva en precios con los productos que exporta a EEUU, a una posición de cero ventajas en medio de esta guerra arancelaria que, como todas las guerras, es irracional, terrorista y caótica.
Esto hace que los modelos de estrategia tradicionales, para las empresas y los países, pierdan vigencia y requieran adecuarse a circunstancias de crisis que exigen un perfil diferente de liderazgo respecto al que se manejaba en los tiempos normales. Para así adecuarse, de manera acelerada, a nuevos escenarios de crisis que implican altos niveles de incertidumbre y, por tanto, de muy difícil predicción. Más aún, cuando la inexperiencia, en esto de las guerras económicas, es muy alta, tanto para el agresor como para los agredidos. Lo que implica bajas posibilidades de acertar en función de los escenarios que se crean, si no hay conocimiento y experiencia, por parte de los protagonistas. Lo que exige, de manera urgente, desarrollar un portafolio de contingencias muy bien estructurado, con un rango de posibilidades muy amplio. De manera que se pueda estar en condiciones de implementar cualquiera de ellas, en el momento indicado y de la manera más rápida, para mejorar las probabilidades de acertar dentro de lo que los medios disponibles permitan.
EEUU aún conserva una posibilidad de consumo muy alta, comparada con otros países del mundo. Sin embargo, su nivel de endeudamiento, que es la causa de la desesperación de su líder, se ha limitado mucho, lo que, independientemente de las barreras, le quita capacidad de compra.
Ahora bien, debido a las circunstancias concretas que presenta su límite de endeudamiento, los EEUU están impedidos para gastar más. Están obligados, más bien, de manera prioritaria, a reducir el gasto. No hacerlo, los puede llevar, más pronto que tarde, a un encarecimiento de la deuda. No solamente porque se reduce su capacidad de pago, sino por que los insultos y amenazas del presidente, se dirigen, irracionalmente, a los que tienen en sus manos los bonos de deuda y podrían apalancar su financiamiento futuro.
Si los prestamistas internacionales, llevados por la desconfianza que genera el presidente de EEUU, resuelven encarecer la deuda y aún más: descalificar a ese país como deudor, no estaría lejana una situación de “default” que generaría, ya no una crisis de mercados, como la que estamos enfrentando, sino una crisis financiera que llevaría a la quiebra de muchos de los inversionistas que poseen los papeles de deuda, y a los bancos que la respaldan. Lo que provocaría el colapso de buena parte de la banca internacional.
Esta hipótesis no está lejana, a menos que el pueblo estadounidense, acosado por los efectos de la estanflación que se aproxima, presionen al poder legislativo, para que se dé una mayoría en el congreso que promueva un “impeachment” y produzca un cambio de liderazgo que recupere la confianza del mundo, resquebrajada por el rechazo generalizado que ha causado la actitud soberbia, grosera e irrespetuosa que el presidente Trump ha mostrado ante sus aliados, vecinos y “exponsors” internacionales.
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