Juán B. era un director de periódico con una característica que, en aquellos tiempos, era común a la mayoría de los directores de estos medios escritos. Procedía de una de las familias más prestantes de la ciudad y tenía una filiación política liberal que se manifestaba en la orientación que, como director, le daba al periódico. Su liderazgo regional trascendía a la nación, por lo que, gracias a ello, tuvo posiciones importantes dentro del Estado colombiano, como que fue ministro de minas del gobierno de Misael Pastrana Borrero.
Su pensamiento liberal le hacía tener una apertura muy grande a las nuevas ideas, lo que permitía que el periódico tuviera una redacción cubierta por periodistas de muchas tendencias, lo que brindaba una oportunidad muy grande para mirar la sociedad con diferentes ángulos que enriquecían enormemente al lector y satisfacía todas las tendencias. Esto era parte del conjunto de sus cualidades que, aun hoy en día, rigen la línea de acción de este diario.
Esa apertura mental, fue la que le permitió contactarme consciente de que la filiación política de El Heraldo, no coincidía con la mía que, aunque no era militante conservador, si admiraba a los fundadores de este partido como Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro. Quienes fueron defensores de la abolición de la esclavitud, el respeto por la dignidad de las personas, la libre empresa, la solidaridad y la defensa de los más humildes, en aquellas épocas, concentrados, en gran mayoría, en los campos de una Colombia rural que apenas empezaba a rasguñar su proceso de industrialización tardía. Todo esto, perfectamente coincidente con los principios cristianos que siempre me han movido en búsquedas de la libertad de las personas, única forma de respetar la individualidad de cada uno, las diferencias que en la sociedad se presentan y la amalgama de posiciones ideológicas que produce estas diferencias. Hoy, lamentablemente, perdidos en la confusión ideología de unos partidos tradicionales que cambiaron sus principios por las fórmulas oportunistas que brinda la politiquería como degeneración extrema de la política que es una de las disciplinas más sublimes de la humanidad, cuando se entiende en función del servicio que se pueda prestar a la comunidad.
Pues bien, mi primer objetivo se centraba en presentar una propuesta de planeación estratégica orientada a la modernización del periódico, desde el punto de vista organizacional, tecnológico y de marketing, que permitiera que esa locomotora periodística que jalonaba el tren de periodistas de El Heraldo, anduviera con mayor agilidad y eficiencia.
Fue así como, después de haber hablado con los representantes de cada una de las familias propietarias y logrado el consenso necesario sobre las reformas organizacionales que se requerían a nivel gerencial, se determinó presentar, a los socios y su junta directiva, el plan a gestionar para la modernización del periódico, que contenía avances en los frentes ya expuestos. Mi formación como ingeniero, aunado a mi visión humanística y de marketing, me permitieron, gracias a mis experiencias empresariales anteriores, presentar una propuesta muy bien estructurada de la que me sentía muy seguro y orgulloso. El escenario, era uno de los salones más apropiados del club Campestre, localizado en el Alto Prado, barrio de la ciudad donde el desarrollo arquitectónico con viviendas de mitad del siglo, contrastaban con aquellas de diseños republicanos pertenecientes a muchas de las familias más prestantes y de tradición de la ciudad.
Asistieron algunos invitados especiales que, con mucha curiosidad, querían ver lo que “el cachaco recién importado” les presentaría.
El salón estaba bien organizado, había flores muy bien puestas y una mesa central muy bien arreglada con los medios suficientes para que, con la ayuda de un papelógrafo y un tablero, expusiera mis ideas. Estuve un poco antes de iniciar la sesión y, muy pronto, el salón se llenó con todos los asistentes, lo que hizo que Juan B. exclamara: ¡miedda, se vendieron todas las boletas!
Con unas pocas palabras me dio una calurosa bienvenida y me dijo: ¡vaina rara…, tenemos quórum!
Mi presentación duró no más de una hora, después de la cual, pregunté al auditorio que había alrededor de la amplia mesa, si había preguntas. Ante lo cual, después de unos segundos de suspenso, en que nadie preguntaba nada, uno de los socios levantó una de sus manos y me dijo: ¡ajá!, eso quiere decir que al cachaco le gusta la vaina así —chasqueando dos dedos de su mano derecha—, acción que yo interpreté preguntándole: ¿Cómo?, ¿rápido? Y este socio, en buen costeño, me contestó: ¡noo, hombe, cheveré!
En ese momento, todos asistentes rieron y se escuchó en el salón un grito que decía: ¡aprobemos esta vaina y brindemos de una vez! Sirvieron muchos pasabocas caribeños, acompañados de buen whisky, y se terminó la reunión.
Así empezó mi trabajo en El Heraldo
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