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La voracidad impositiva que muestra el gobierno, en todos los frentes, es la evidencia de un irresponsable manejo de los recursos que agota las reservas del Estado con políticas de subsidios indiscriminados que promueven la corrupción y la indiferencia de grupos de la población por ser responsables de su propia subsistencia y la de su familia.

¡Que otros trabajen! ¡Que a mí me sostenga el Estado! Ese es mi derecho y salgo a exigirlo rompiendo y destrozando todos los bienes públicos y privados que encuentre a mi paso. Toda una debacle social promovida por los ideólogos que desconocen la importancia del trabajo como realización personal y expresión sublime de la solidaridad, en la medida en que se haga con amor y por amor a los demás.

No estimular el trabajo ni brindar oportunidades en este sentido constituye un atentado grave contra la dignidad de las personas que se cosifican y se hacen maleables por las ideologías que promueven el sometimiento total de las personas al Estado tirano que las usa para explotarlas y esclavizarlas como lo evidencian los regímenes  como la Rusia de principios de siglo pasado, que nos mostró de lo que es capaz este tipo de pretensión criminal.

Hoy ya son muchos los países latinoamericanos que han caído en esta trampa. Muchos de los viejos de hoy, cuando éramos jóvenes, creímos en esas propuestas engañosas de igualdad que se nos proponían.

Cegados por una sed de justicia propia de una juventud esperanzada en una sociedad más justa, nos comimos el cuento, sin digerirlo debidamente, y creíamos luchar por la igualdad, sin darnos cuenta de que ella era decretada para todos, menos para aquellos que lideraban el proceso, mal llamado, revolucionario.

Estos líderes perversos montaban organizaciones burocráticas para asegurar su permanecía infinita en el poder, sin escuchar ni atender las necesidades básicas de las grandes mayorías de la población a las que sometían al hambre y amenazaban con la cárcel o el asesinato soterrado, si se convertían en opositores.

Ante el fracaso de los movimientos guerrilleros en todo el mundo, excepto aquellos que se dedicaron al negocio del tráfico de personas, armas y drogas, los grupos subversivos, pronto entendieron que era más fácil y menos riesgosa la oportunidad de llegar al poder por el voto popular con el respaldo de un pueblo insatisfecho con los mediocres gobiernos de los politiqueros tradicionales. Un pueblo que buscaba otra alternativa que les rescatara de las frustradas esperanzas que les habían creado los líderes corruptos que los gobernaban. ¡Nunca llegaron a imaginarse que el remedio iba a ser peor que la enfermedad!

En Colombia el fracaso guerrillero fue reconocido por el M19 que, como camaleón, se camufló de alternativa democrática y sembró esperanza entre los más desdichados y grupos de intelectuales que, integrados a una clase media anhelante de reivindicaciones, creyeron en el cambio prometido.

Pero el que ha sido, parece que le queda muy difícil dejar de ser. Su líder llegó al gobierno y rápidamente nos mostró que no había cambiado en nada. Seguía siendo un inepto administrador al que le ha quedado grande el manejo del Estado como le quedó grande también el manejo de la ciudad de Bogotá. Nunca entendió que ahora era presidente de los colombianos y siguió siendo el mismo guerrillero que ahora arma peleas en mil frentes distintos. Perdiéndolas todas, pero generando miedo e incertidumbre en todos los colombianos sin excepción. Su círculo más inmediato ha perdido confianza en él por sus contradictorias decisiones y porque su cerebro no está diseñado para escuchar sino para escucharse.

Rodeado por una soberbia sin límites no tiene el menor respeto por las personas a las que reiteradamente deja metidas en sus citas que nunca cumple, independientemente de la categoría social o política de sus anfitriones. Vive ajeno a la realidad y anda inmerso en su metaverso. Un imaginario lleno de amenazas donde se siente perseguido por todos, sin confiar en nadie. Es un aislamiento mental que sobrepasa los límites de la cordura, lo que ahora genera en los ciudadanos más inseguridad, producto de la circunstancia desgraciada de tener un presidente inepto, al límite de llegar a pensar que ya está desquiciado.

Y el congreso, parece que no se da cuenta o sigue engolosinado, comiendo de un queso que ya están agotando los ratones.

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