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¿Porqué en Colombia nos negamos a entender la invitación del Papa Francisco a participar del año de la Misericordia?

Debatimos, como idiotas, sobre si debemos apoyar los esfuerzos de paz o no. Como si esto fuera algo susceptible de discutirse en medio de una sociedad civilizada. Evidentemente estamos muy lejos de serlo.

Todos los días, hay muchos que, en Colombia, rezamos el Padre Nuestro. ¡Gracias a Dios! Pero no lo entendemos, ni comulgamos con su contenido. Solamente es parte de una rutina que no se convierte en vivencia cotidiana.

Escuchamos que Cristo vino a perdonar los pecados. ¡Todos los pecados! Pero no somos capaces de actuar en consecuencia con nuestros hermanos.

Como en Jerusalén, los fariseos, no consideraban hermanos a las prostitutas y bandidos. Criticaban y excluía a Jesús por visitarlos y comer con ellos. ¡No en la Habana! sino en Jerusalén, donde predicaba e invitaba a perdonar y vivir en paz.

Tanto allá como aquí, a los miserables, los tratamos como «desechables». Es como si, en Colombia, el respeto a la vida y la dignidad humana, dependiera de la cantidad de renta y el poder armado disponible.

Políticos y funcionarios, que deberían estar próximos a la gente, se camuflan entre infinidad de escoltas y carros blindados para agredir al que no dispone de tales medios, burlarse de las normas y expresarse violentamente para imponer su mal habida autoridad.

Esa es la sociedad que inmunda nuestras calles en las ciudades. Y en ella, nos debatimos para ponerle palos en la rueda al proceso de paz. Ajenos a la miseria de los suburbios y del campo, nos hundimos en el fango del debate entre la paz y el perdón.

En el Padre Nuestro, pedimos a Dios que perdone nuestras ofensas, como perdonamos a los que nos ofenden ¡Gran mentira! ¡No perdonamos! ¡Nos resistimos a ello!

Muchos de los que tenemos la manera de incidir en el círculo social al que pertenecemos, sentimos que nos apabullan los argumentos agresivos de los que conciben que la paz se logra matando y encerrando bajo barrotes a los que tienen una concepción del mundo diferente y reconocen que se han equivocado tratando de imponerla de manera violenta.

Criticamos a ISIS, pero somos más fundamentalistas que tales fanáticos que inundan de sangre las tierras que recorrió Cristo.

Muchos, somos de la base de la sociedad y no tenemos mayor poder, ni empuñamos las armas. Pero, apoyamos a quien sabe cómo obtenerlas y tiene la experiencia demostrada para eliminar al enemigo. Ese enemigo, prácticamente vencido y consciente de que la única manera de corregir lo andado, independientemente de sus equivocaciones, es recurriendo a esa misericordia que nos enseñó Cristo y pregona el Papa Francisco. Esa que nos ha invitado a esparcir por el mundo en el Jubileo de La Misericordia. Pero que, en medio de nuestra ceguera, no podemos encontrar.

Pido a Dios y su Iglesia me perdonen por estar usando tales argumentos.

Pero, muchos, ante tanta barbaridad que vemos, no tenemos más medios que refugiarnos en Su Palabra. Buscar Su buen consejo y pedir, todos los días, con el Padre Nuestro: ¡que venga a nosotros Su Reino!

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