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El trabajo, como practicante en la Superintendencia Técnica de GRIVAL, iba a ser la primera oportunidad en mi vida en la que estaría vinculado a procesos de investigación y desarrollo que debería evaluar y justificar económicamente, ante las personas responsables de tomar las decisiones que tenían que ver con el futuro de la organización.

Aprendí muchas cosas, en medio de ese estado de admiración y entusiasmo que sentía, por lo novedosas y retadoras de las tareas, así como, por el nerviosismo que me invadía, producto de la inseguridad que se produce cuando se es consciente de no tener la idoneidad que las tareas exigen para poderlas realizar.

Pastor Fernández, con la paciencia y la dedicación propia del mejor de los maestros, en los temas del área, me enseñó cada una de las cosas que debía hacer, y me orientaba en la aplicación de los manuales de Organización Corona, para estos temas financieros que, por lo bien desarrollados, eran una guía que aseguraba los estándares de evaluación que la Dirección Financiera exigía, además que instruía a quien lo seguía, haciéndolo un profesional en el manejo del tema.

Ahora, que ha pasado tanto tiempo, pienso en mis relaciones como joven estudiante con todo aquellos ingenieros y economistas que me rodeaban —eran épocas en que las empresas las administraban estos profesionales , sin necesidad de los, por aquellos años, desconocidos administradores de empresas—. Era grande la admiración que sentía por ellos y, el deseo que producían en mí por emularlos, me animaba a terminar rápidamente mis estudios para poder, algún día, ser como ellos.

El tema de investigación, innovación y desarrollo, lo trabajaban las empresas, con los criterios de ingeniería y economía propios de tales profesionales, fundamentalmente, porque se entendía, esencialmente, su importancia para el crecimiento de la organización y los réditos que se lograban por las mejoras en las productividades y la reducción de costos, producto de la sustitución de las materias primas; pues, el mercado, no tenía aún el afán de exigir, tan agresivamente, con demandas exigentes y sofisticadas que implicaran las competencias que hoy se aprecian entre las compañías, por los diferentes productos y servicios que ofrecen.

En particular, tuve la oportunidad de verme involucrado en la sustitución de piezas metálicas por plásticas, en las griferías; en el cambio de madera prensada por plástico en los muebles que llamábamos sanitarios y en un proyecto de vajillas plásticas, como sustituto más económico de las vajillas de porcelana que la misma Organización Corona producía en su planta del municipio de Caldas, en el departamento de Antioquia.

Este proyecto de las vajillas plásticas, nunca fue aprobado, a pesar de sus beneficios económicos que eran evidentes.

Después, con el tiempo, pude comprender cómo pesaba y aún pesa, dentro de la Organización Corona, su dedicación a la cerámica. Ello ha sido uno de muchos factores determinantes de su éxito nacional e internacional, lo que le ha generado una disciplina empresarial que la ha hecho reconocida en el mundo por su nivel tecnológico y de vanguardia en este campo, en los diversos frentes en que esta industria se desarrolla internacionalmente.

Corona, por más de cinco generaciones, ha sido fiel a su vocación cerámica, y supo corregir, en algún momento, su tentación de desviarse a negocios diferentes, lo que le ha evitado correr riesgos innecesarios y especializarse en una tecnología que, día a día, se consolida como de punta en la diversidad de materiales cerámicos para la industria y el consumo en el mundo.

Forjé una amistad muy estrecha con mi compañero de oficina, una vez me la asignaron, Eduardo Ospina. Era el responsable de la prestación de servicios a los clientes, para programas de capacitación y asesoramiento a los plomeros en las construcciones, labor que realizaba con dedicación y profesionalismo, apoyado por su fiel escudero, Moisés Méndez. De ellos, aprendí su fidelidad a la empresa y su compromiso por sacar adelante la buena imagen de los productos, basada en una orientación al servicio que era clave dentro de las ventajas competitivas que había desarrollado GRIVAL. Siempre los recordaré con mucho cariño.

El tiempo de mi práctica duró dos años y me sirvió para pagar mis últimos años de carrera y así forjar mi formación profesional como ingeniero, en el campo de los procesos, con un mejor entendimiento de los materiales.

Pero, tal vez, la referencia económica de las decisiones que se toman desde el campo de la ingeniería, fue un aprendizaje que marcaría, algunos años más tarde, mi condición de ingeniero capaz de gestionar diferentes procesos empresariales y aportar ese conocimiento en las empresas que tuve la oportunidad de gerenciar y gestar después, en mi vida profesional.

Finalizada esta larga práctica, estaba mi vida profesional destinada a desempeñarme como ingeniero en el corazón de la Organización Corona, La Compañía Colombiana de Cerámica S.A.

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