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El tiempo pasaba muy rápido y mi práctica, en GRIVAL, cumplía todos lo requisitos de preparación que la organización y yo pretendíamos.

Por otra parte, estaba muy enamorado de mi novia, Maria Clemencia, que, hoy en día, es mi esposa y con quien me volvería a casar después de 45 años de matrimonio. Deseábamos formar nuestro hogar, lo más pronto posible. Nos habíamos puesto, como condición, terminar mi carrera de ingeniero y asegurar mi estabilidad laboral en la Organización Corona.

Esto lo pude proponer a mi jefe, Pastor Fernández, quien lo habló con el gerente general de GRIVAL, Rodolfo Echavarría, persona muy jovial y serena para la toma de sus decisiones. Él nunca me comentó cómo avanzaba el proceso. Lo que me generaba mucha ansiedad e incertidumbre. Pero, esa actitud, me enseñó que los gerentes, entre muchas virtudes, deben tener la de la prudencia, para así evitar comprometerse y no generar expectativas que puedan afectar su prestigio y liderazgo, por incumplimientos que, aunque no dependan de ellos, si pueden deteriorar su imagen y la confianza que siempre deben generar sobre sus colaboradores.

Pasados muchos días, ¡la noticia llegó! Sería aceptado dentro de la planta de ingenieros de La Compañía Colombiana de Cerámica S.A, tal vez la factoría mas grande de las empresas de La Organización Corona por aquellos tiempos.

Había que acelerar la terminación de la tesis de grado que había preparado con mi compañera de estudios de Ingeniería, María Cristina Osorio, una mujer de mucho empuje, a la que le debo buena parte la finalización de mi carrera, por el apoyo que me dio para preparar una tesis que podía verse como exótica por la mayoría de mis compañeros de ingeniería y algunos de los profesores de aquella época. Se trataba de desarrollar un modelo de evaluación de proyectos que sirviera de guía para los innumerables proyectos de construcción que se adelantaban en lo que se denominaba, en aquellos tiempos, el Ministerio de Obras Publicas de la República de Colombia.

Eran tiempos en que muy pocas concesiones se daban y las obras de envergadura las financiaba y ejecutaba el Estado directamente con un sinnúmero de ingenieros y maquinaria que se encontraban repartidos por todo el país, realizando trabajos de infraestructura: en vías de comunicación, represas, aeropuertos, terminales de todo tipo y caminos de penetración en la extensa geografía nacional; la mitad de la cual se encontraba cruzada por tres sendas cordilleras del macizo colombiano; la otra mitad, era una planicie desconocida y aislada del resto de la nacionalidad, apenas narrada misteriosamente, con toda su amenazante naturaleza, por José Eustasio Rivera, en su novela, titulada La Vorágine.

Nuestro presidente de tesis, fue Alfredo Bateman Quijano ( https://es.m.wikipedia.org/wiki/Alfredo_Bateman ) un portento de la ingeniería civil cuya influencia en mí fue muy importante.

Recuerdo nuestras reuniones en su oficina de asesor del ministro, donde, en tertulias muy amenas, entre café y café, además de hablar de nuestro proyecto de tesis de grado, nos contaba parte de su historia en el Ministerio, donde tenía fama de ser el ministro eterno, por su tiempo de permanencia en este cargo, en el que pasaban los ministros de cada gobierno, mientras él permanecía.

También hablábamos de sus realizaciones en el campo humanístico, gracias a la integralidad propia de aquellos ingenieros civiles que, no solamente construyeron la infraestructura de este país, en la primera mitad del siglo pasado, sino que, además, por su formación humana y valores crearon empresas y participaron socialmente de todos los ambientes de la nacionalidad colombiana.

Alfredo Bateman, fue miembro de la Academia Colombiana de Historia, de la Academia Colombiana de la Lengua, miembro y Presidente de la Academia de Ciencias Exactas, físicas y Matemáticas y presidente de la Sociedad Colombiana de Ingenieros. Recibió numerosos reconocimientos, como la Cruz de Boyacá, el premio Lorenzo Codazzi y la orden al mérito Julio Garavito.

Era un modelo de persona, ciudadano y profesional digno de emular. Su huella marcó, para bien, muchos de los aspectos de nuestra sociedad, en una época donde, los funcionarios públicos, se entregaban con dedicación, gracias a su idoneidad al servicio a la sociedad a la cual se debían.

Alfredo Bateman, en sus últimos días, fue profesor de la Universidad de Santo Tomás, en una materia de ingeniería que llamábamos Ingeniería Legal. Murió siendo un digno represente de los servidores públicos de la época. A pesar de estar involucrado en las contrataciones de mayor envergadura de la infraestructura nacional, nunca estuvo siendo parte de ningún escándalo. Vivió como un hombre de bien y sin haberse hecho rico, a pasar de todas las oportunidades que pudiera haber tenido para enriquecerse. En él primó siempre su sentido de buen ciudadano, su espíritu de servicio, sus ansias de compartir sus saberes y un principio de austeridad que rigió siempre su vida.

Quienes fuimos sus alumnos tuvimos un ejemplo de profesional y ciudadano ejemplar digno de imitar. Qué lástima que hombres así ya, prácticamente, no se vean en el Estado colombiano.

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