Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Mientras mi carrera profesional se desarrollaba, en mis primeros años de vida profesional, en la Compañía de Colombiana de Cerámica S.A; se daban, en mi vida personal, muchos sucesos que marcaron mi futuro y, a punta de golpes, formaron mi carácter y ese amor por la vida que, gracias Dios, me permitió unirme en matrimonio con mi novia Maria Clemencia.

Esta decisión, marcó el eje de lo que ha sido toda mi vida. El motor que ha jalonado nuestros triunfos y nos ha permitido superar todas las dificultades, que no han sido pocas.

La ceremonia, tuvimos la oportunidad de realizarla en un sitio histórico del norte de la ciudad de Bogotá. Una construcción de ambiente colonial con una arquitectura preciosa y una pequeña capilla excelentemente decorada de acuerdo a la época, que constituía el centro de esta casona que se conocía como El Museo del Chicó.

Mi padre no compartía mi decisión de casarme, pues el día que le anuncié mi compromiso me tenía como sorpresa un presente que consistía en una beca que el Presidente de la Fundación Fullbright, Simon Daro, le había conseguido para adelantar mis estudios de post grado en una universidad de los Estados Unidos.

Papá pensaba que mi novia se había atravesado en sus planes y me consideraba muy joven para estar pensando en matrimonio. Su plan de vida para mi no coincidía con el que yo empezaba a labrarme. Esto produjo un conflicto entre los dos, muy grande, que nos causó mucho dolor, por el amor filial que yo le tenia y el que él, como padre, sentía por mi.

El apoyo de mi suegra y de mi madre fue definitivo para realizar este sueño del matrimonio. Gracias a ello, todas las cosas que a esta celebración se referían, al final, salieron muy bien; pero sé que el dolor que con esta decisión causé a mi padre, fue muy grande, pues no pudo ver el crecimiento familiar que tuvimos después con María Clemencia, debido a su prematura muerte, luego de un año de padecer una penosa enfermedad que lo atacó seis meses después de nuestro matrimonio. No pudo, por ello, conocer a sus nietos ni los triunfos profesionales y sociales de su hijo. Sé que lo hubieran hecho sentir muy orgulloso. Es un dolor que aún conservo en mi corazón.

Las dificultades que enfrentamos con María Clemencia, en los primeros años de matrimonio, no fueron pocas, pero se superaron, gracias al amor que nos teníamos y a una capacidad de entrega y cariño que ella siempre me ha manifestado y que nunca tendré cuánto agradecerle y cómo pagarle. Ha sido el cimiento que siempre me ha sostenido y sobre el cual me siento seguro, gracias a Dios.

Vivimos nuestro primer año de matrimonio en un barrio de Bogotá que en aquel tiempo era campestre y quedaba al norte de la ciudad. Su nombre es El Contador. Habitábamos una casa de propiedad de mi abuela que, aunque nos había hecho una gran rebaja, su alquiler, demandaba más de la mitad de mi sueldo. La arreglamos muy bonita, gracias al buen gusto de María Clemencia y a muchos regalos –algunos muy costosos– que nos habían dado muchos amigos y familiares que asistieron el día de la boda. Pero, los problemas, empezaron por la lejanía del lugar de nuestra vivienda con relación al de mi trabajo. Mi oficina, quedaba en la planta de Corona en Madrid, Cundinamarca, a más de 35 KM de nuestro hogar.

Esto, me obligaba a salir de casa, todos los días, para ir al trabajo, antes de las cinco de la mañana, desplazándome a pie en la oscuridad de la madrugada, a través de los potreros deshabitados, donde los perros, únicos habitantes de las noches y las madrugadas, con ladridos, pretendían atacar a los caminantes; por lo que llenaba mis bolsillos de algunas piedras que recogía en el camino, por si tenía que enfrentar algún ataque de estos caninos que me amenazaban, hasta que alcanzaba a llegar a  la autopista norte de la ciudad para allí tomar uno de los buses intermunicipales que me dejaban en un sitio algo inseguro del centro de Bogotá. De allí partían otros buses que comunicaban con los municipios al occidente de Bogotá, donde queda Madrid y en donde estaba la fábrica de Corona.

La rutina no terminaba cuando culminaba la jornada de trabajo en la fábrica a las 5 PM. Continuaba con el viaje inverso al de la mañana, para desplazarme a la universidad, donde estudiaba una maestría en Planeación y Desarrollo Socioeconómico, gracias a una beca que me exigía dictar algunas horas de clase nocturnas sobre Evaluación de Proyectos en la facultad de ingeniería de la Universidad de Santo Tomás.

Después de esta dura jornada, llegaba a mi casa, donde me esperaba María Clemencia, llena de ansiedad por conocer mis experiencias del día, pero también preocupada por la cantidad de trabajo que había asumido.

Los días de trabajo intenso se compensaban con nuestra estadía en casa y algunas visitas a mis padres y a los padres de Maria Clemencia, los fines de semana. Esas visitas fueron cambiando mucho la relación con mi padre que empezaba a apreciar a María Clemencia a medida que el tiempo pasaba..

A los pocos meses del matrimonio, en la fábrica, me ofrecieron la oportunidad de vivir en una de las casas de ladrillo que quedaban a la entrada y que llamaron mi atención el día que iba a presentarme para mi primer día de trabajo en Cía. Colombiana de Cerámica S.A.. No había que pagar alquiler. Era la oportunidad que se nos daría para, después de tres años de una vida muy agradable en aquella casa campestre, rodeada de jardines y muy cerca del pueblo, poder irnos a vivir a nuestro primer apartamento en Bogotá.

Esta oportunidad, me afilió, de manera incondicional, a la empresa que me mostraba, con esas manifestaciones de confianza, que apostaba por mi; lo que me hacía pensar en un plan de vida profesional y familiar que estaría atado a La Organización Corona por más de 14 años.

Compartir post