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Cali era una ciudad que, dede niño, me había fascinado, por su clima, su gente y un estilo de vida que hacía que, las personas, a diferencia de las de Bogotá, fueran muy amigables y solidarias; cosa que, con su alegría, producto, quizás, de su maravilloso clima, contagiaba a todos, de manera muy especial.

Al momento de mi retiro de Carvajal, eran muchos lo amigos que habíamos hecho, dentro y fuera de la empresa, y extraordinarios los momentos que habíamos compartido. Ese espíritu solidario de la gente de Cali, lo pudimos apreciar con mi esposa Maria Clemencia, en un momento muy crítico en que, como resultado de una peritonitis, mi hijo, con apenas doce años, estuvo muy grave y adportas de enfrentar la muerte durante cerca de treinta días, en la Clínica de Occidente.

En Cali también vivía la familia de mi tío Humberto, con sus hijas y su esposa. Varias veces había pasado mis vacaciones de niño con ellos y, habernos reencontrado, me dio mucha alegría. Las visitas a su casa me llenaban de muchos recuerdos alegres pero, a la vez, nostálgicos, por los tiempos de juventud ya idos.

Dentro de los amigos que me acompañarían, durante toda mi vida, y con los que compartiría muchas experiencias, estaban los profesores de los colegios de mi hijo y mi hija. El Juanambú y el Tacuri, nos marcarían toda la vida, por la calidad de la formación y el maravillo ambiente que, en ningún colegio, habíamos disfrutado. Los profesores y profesoras de nuestros hijos nos acogieron y acompañaron con cariño con espíritu de servicio y amistad que nos marcarían para toda la vida.

Fue mi primera aproximación a personas del Opus Dei, pues los dos colegios, el de mi hijo y el de mi hija, eran obras personales promovidas por personas de la Obra —manera cariñosa como los miembros del Opus Dei denominaban esta Prelatura Personal de la Iglesia Católica—.

En el colegio Juanambú, conocí a muchos profesores que se convirtieron en mis amigos, durante el resto de mi vida. Con mi esposa vivíamos la acogida permanente propia de su espíritu, que se transformaba en un talante que nos hacía sentir bienvenidos y acogidos. Recuerdo, especialmente, a un español, con quien, aún hoy en día, conservo una amistad muy estrecha; su nombre es Regino Navarro. Con él compartíamos el gusto por los frijoles con garra y los temas de administración y liderazgo que siempre nos entusiasmaban.

Nuestros vecinos, en Pance, una urbanización campestre, al sur de Cali, próxima al colegio Juanambú y colindante con el Club Farallones, donde aprendí a jugar golf, nos acogieron con cariño y, con ellos, nos involucramos en ese espíritu rumbero y jovial, propio de los caleños, que nos contagió con sus bailes de salsa en los “rumbeaderos” de Cali y por las afueras de la ciudad; donde, hasta los más viejitos, bailaban con sus esposas e hijos, en un ambiente de alegría y regocijo que nos marcaría para siempre.

En medio de estas andanzas, se me presentó una propuesta para trabajar como gerente general del periódico El Pais de Cali. El diario más prestigioso de la ciudad, me abría sus puertas y me mostraba una salida muy oportuna para concretar mi retiro de Carvajal.

Esta será otra historia que vendrá más adelante.

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